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FALTA DE URBANIDAD

Medusas en el metro

Llego el otro día a Madrid y tomo el metro. Es un buen lugar para leer el periódico, así va uno ocupando el tiempo y el trayecto parece más lleno. Entre estación y estación, van pasando las noticias y quienes entran y salen, lo uno y lo otro reflejo de la realidad. Al parecer en las costas japonesas hay una inusitada invasión de medusas gigantes, hongos atómicos submarinos de un diámetro cercano a los dos metros y unos doscientos kilos de peso.

Llego el otro día a Madrid y tomo el metro. Es un buen lugar para leer el periódico, así va uno ocupando el tiempo y el trayecto parece más lleno. Entre estación y estación, van pasando las noticias y quienes entran y salen, lo uno y lo otro reflejo de la realidad. Al parecer en las costas japonesas hay una inusitada invasión de medusas gigantes, hongos atómicos submarinos de un diámetro cercano a los dos metros y unos doscientos kilos de peso.
Medusa echizen kurage

Ya el tamaño de las mismas es noticia para los desconocedores de la fauna marina como yo, pero, por lo visto, la medusa Nomura, echizen kurage es una vieja conocida de los pescadores japoneses. El problema no es que las haya, es que en algunos sitios la densidad de las medusas es cien veces superior a lo normal y, claro, caen en las redes y las rompen, haciendo vano el esfuerzo de los barcos que salen a faenar.

En la pared del metro veo un cartel, no trata de vender ningún producto exnavideño, ni tan siquiera pseudo-navideño, es que además de colocar por las calles bombillas y anodinos y neutros adornos para las fiestas del solsticio de invierno, las autoridades locales se han lanzado a una Campaña de comportamiento cívico. El que uno se encuentre con algún maleducado –este maridaje de adverbio y participio es elocuente– es previsible en cualquier sociedad y tiempo, pero cuando hay que recurrir a las vallas publicitarias es señal de que el asunto toma dimensiones inundatorias. Y ciertamente no se trata simplemente de que en el transporte público no sean pocos los que se olviden de dejar el asiento a las mujeres embarazadas o a los ancianos o a los impedidos ni de que movidos por sus egoístas ansias menudeen los que prefieran entrar, antes de dejar salir, en los vagones, es que los profesores en los colegios tienen que soportar a diario todo tipo de menosprecios y faltas de respeto, por no mencionar los insultos e incluso agresiones psicológicas y psíquicas, es que el personal sanitario tiene que soportar, en no pequeña medida, que los traten peor que a canes. No creo que sea necesario alargarse en la enumeración, todos sabemos que nos hemos ido instalando poco a poco en una sociedad mal hablada, donde el que muestra algún rasgo de educación corre el riesgo de ser clasificado entre los raros, donde el uso del “usted” está en trance de convertirse en una reliquia o en reclamo para ser uno motejado de carca o fascista.

La urbanidad no es ciertamente una de las cosas más importantes de la vida, pero es uno de esos usos y vigencias sociales que nos evitan muchos roces y nos hacen más agradable la vida. Detrás de ellos puede esconderse un formalismo que oculte a una mala persona, pero, en general, hacen más fácil el trato de unos con otros y con frecuencia pueden ser esa última barrera que impida que un desencuentro se convierta en algo peor. Los usos sociales están siempre sometidos a cambios, unos sustituyen a otros, pero son siempre reflejo de los valores que sostienen a una sociedad. El Papa, hace unos días, recordó que, según los estudios clínicos, tras algunas enfermedades psíquicas está la perdida de valores y del sentido de la vida. Otro tanto podríamos decir de algunas patologías sociales. Tras la nuestra esté quizá también el cambio climático, es una de las posibilidades que se baraja para explicar lo de las medusas, en nuestro caso el familiar, que educa poco, es decir, mal educa y deja en manos del Estado y los medios de comunicación lo suyo propio. También el clima social en el que impera la descarga del impulso y la apetencia, antesalas de la jungla del egoísmo.

Las medusas no forman parte de la tradicional dieta japonesa, pero, por aquello de hacer de la necesidad virtud, las localidades costeras están haciendo esfuerzos para promocionar estos gigantes marinos como un alimento novedoso. Esa tal vez es una de las cosas que se puede hacer siempre con el maleducado, tomar de él ocasión para no hacer renuncia de los valores, sino para actualizarlos, que es tanto como alimentarse de ellos. De otra manera entraríamos todos en la espiral de los malos modos, haciendo aún más desagradable el clima social, pues aunque uno esté en minoría siempre será válida la máxima de Marco Aurelio: “La mejor venganza es no ser como ellos”.
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