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EL PLACER DE LA LECTURA

Mucho más que crítica literaria

Hay ocasiones en que con un lema, con una frase, que incluso puede convertirse en coletilla recurrente de discursos y escritos, a pesar del éxito y lo resultona que llegue a parecer, se puede estar diciendo, si no lo contrario de lo que se querría comunicar, casi. Ésta es la impresión que siempre me ha dado lo de "diálogo fe y razón". Ahora hace falta explicarlo, porque lo que tiene el que algo se convierta en tópico es que va de mano en mano, en este caso, de boca en boca, sin que nos demos cuenta del contenido real de lo que tomamos como moneda de curso corriente.

Hay ocasiones en que con un lema, con una frase, que incluso puede convertirse en coletilla recurrente de discursos y escritos, a pesar del éxito y lo resultona que llegue a parecer, se puede estar diciendo, si no lo contrario de lo que se querría comunicar, casi. Ésta es la impresión que siempre me ha dado lo de "diálogo fe y razón". Ahora hace falta explicarlo, porque lo que tiene el que algo se convierta en tópico es que va de mano en mano, en este caso, de boca en boca, sin que nos demos cuenta del contenido real de lo que tomamos como moneda de curso corriente.
Fe y razón

¿Por qué me parece una expresión desafortunada? Porque la fe no es algo que esté al margen de la razón. Quien cree, a no ser que sea un fanático, cree con todo su ser, por tanto, también con su razón, es más, con toda su inteligencia y, por consiguiente, hasta con sus sentidos. Es verdad que hay una concepción de la razón cerrada a la trascendencia –otro fanatismo también–, pero ni eso es la razón ni quienes profesan ese credo racionalista tienen el monopolio del uso de la misma. Y además, ¿se puede dialogar con un fanático o reduccionista de lo humano, aunque éste lo sea de una idea sobre la razón? Sin quererlo, la expresión "diálogo fe y razón" dice implícitamente que la fe está fuera de la razón y que el monopolio de la razón lo tienen quienes cercenan la trascendencia o, al menos, quienes no quieren o no han entrado en ella.

He recibido un regalo no de Navidad, pues sólo estamos en Adviento, que no puedo por menos de comentar. Se trata del último libro de Agapito Maestre, El placer de la lectura. Una ojeada rápida al mismo podría dar la impresión de que es solamente un libro de crítica literaria. Ciertamente es un libro en el que se habla de libros, en el que hay crítica literaria. Pero hay más, porque es un constante diálogo con otros pensares, con otros decires, con otros escritos, y esto es, cuando menos, alborear de filosofía. Edith Stein, en su opúsculo ¿Qué es filosofía?, pone en boca de Santo Tomás, en referencia a Platón, Aristóteles y San Agustín: "Yo no hubiera podido filosofar de otro modo que en constante diálogo con ellos". Y claro, dialogando con los libros que se trae entre manos y que pone en las nuestras, va dejando, entre otras cosas, al descubierto, ante el lector, una razón, la suya, la de Agapito Maestre, que se va abriendo a la trascendencia, que va dejando espacio libre al más profundo anhelo del hombre. Porque la razón puede cerrarse sobre sí misma o bien desplegarse como amplias velas para recoger el viento (pneuma) y así poder llegar el hombre a su ansiado puerto.

El placer de la lectura, de Agapito MaestreFrente a todo fundamentalismo, da lo mismo que sea el islamista o el del relativismo multiculturalista, Agapito Maestre hace ver cómo el cristianismo, yendo más allá de las preguntas que se planteaba la filosofía griega, no ha dejado nunca aparte el modo de usar la razón que nos legaron los griegos y que nos ha llegado gracias a la Iglesia. Y, como la razón es inseparable de la libertad, nos dice que es religión de libertad y el "reservorio moral" de las democracias occidentales: "El cristianismo es una religión tan grandiosa, acaso por ello es más que una religión al uso, que permite su contrario. El cristianismo es una religión laicista [...] porque 'obliga' al hombre a ser libre para creer o no creer. Sin libertad no hay creencia posible. El cristianismo es una religión para seres libres". Para él, la razón no es abstracta, está arraigada en la experiencia y tiene su centro en el alma; y cita a Zubiri: "La existencia del hombre actual es constitutivamente centrífuga y penúltima. Pero si, por un esfuerzo supremo, logra el hombre replegarse sobre sí mismo, siente pasar por su abismático fondo, como sombras silenciosas, las interrogantes últimas de la existencia".

"Bueno, todo esto está muy bien, pero, además de criticar, ya podría este listillo aportar alguna alternativa a lo de 'diálogo fe y razón'", podrá estar pensando de mí algún lector. De momento, lo que se me ocurre es pedirle a Agapito Maestre que se líe la manta a la cabeza y se lance a terminar el libro que está amasando, desde hace tiempo, sobre el cardenal Herrera Oria; así nos ayudaría a ver, en la vida concreta de esa gran figura de la vida española, lo que es una fe inteligente o, acaso, una inteligencia creyente... Creo que ya he dado muchas pistas.

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