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11-M

No pasemos página

Algunos amigos me recomiendan con amabilidad que deje de referirme a la masacre del 11-M. Unos me dicen que olvidar y perdonar es lo que más hondamente nos hace cristianos; otros, que no sirve de nada volver sobre el pasado, que lo más importante es mirar al futuro con propuestas y acciones que generen esperanza para las víctimas y para el resto de los ciudadanos; finalmente, otros me invitan a desistir de esperar la verdad sobre lo que pasó, porque jamás se sabrá nada.

Algunos amigos me recomiendan con amabilidad que deje de referirme a la masacre del 11-M. Unos me dicen que olvidar y perdonar es lo que más hondamente nos hace cristianos; otros, que no sirve de nada volver sobre el pasado, que lo más importante es mirar al futuro con propuestas y acciones que generen esperanza para las víctimas y para el resto de los ciudadanos; finalmente, otros me invitan a desistir de esperar la verdad sobre lo que pasó, porque jamás se sabrá nada.

La invitación es a pasar página. Para algunos es lo más fácil y cómodo, para otros es quizá lo más rentable. Sin embargo, pienso que hacer borrón y cuenta nueva puede ser un fraude político, un acto de cobardía ciudadana y una injuria a las víctimas. Lo digo con serenidad, con voluntad de perdón y de concordia. Lo digo sin ambigüedad, convencido de que, en esta España que desde el 11-M se rompe a ritmo acelerado, todavía quedan personas con sentido de la dignidad y la justicia. Que nadie espere construir la paz y la concordia sobre un pozo de muerte y de mentira. No va a ser posible. La historia no lo permitirá.

Entre otras cosas, porque la masacre del 11-M no ha sido una fatalidad, sino un entramado de muerte y de falsedades bien calculadas. Así, no pasar página no es un signo de prepotencia, sino de madurez y responsabilidad; perdonar a los autores no es un gesto de debilidad, sino el más elevado acto de amor; y nuestra convivencia saldrá reforzada y purificada con la verdad.

Hay una primera razón para no pasar página; la da el comportamiento del Gobierno y de sus apoyos políticos y mediáticos: ante la información documentada de que todo el 11-M está envuelto en falsedades y que, en consecuencia, los poderes públicos tienen la obligación de despejar esas zonas oscuras, se ponen a la defensiva y la emprenden contra los informadores. Estoy perplejo con ese fascismo gubernamental que arremete contra los ciudadanos que piden que se investigue la verdad sobre el 11-M. Pasar página sería consentir que se asiente entre nosotros un sistema de mentira y de corrupción, de manipulación de las conciencias y de instrumentalización de la vida.

En todo caso, yo distinguiría varias facetas de análisis del 11-M: el carácter diabólico del hecho en sí, que arrebató la vida a 192 personas e hirió a casi dos mil; la utilización política que se hizo del mismo para influir en los resultados electorales, entre el 12 y el 14 de marzo; y el cambio radical de actitud de aquellos que salieron beneficiados de todo ello una vez alcanzado el poder. Por eso, creo que no basta apelar al amor cristiano para, a continuación, pedir que olvidemos y que dejemos tranquilo al gobierno legítimo que salió de esas elecciones. No basta condenar la maldad de los atentados con declaraciones generales y voz solemne y grandilocuente, no es eso. Es bueno para todos que resplandezca la verdad, que se limpie el camino de las mentiras, de las pruebas falsas y de las sospechas que penden sobre los indicios de las tramas policiales, tramas de servicios secretos, tramas de relaciones entre terroristas de varios signos... hasta han aparecido relaciones de diferentes tramas con militantes socialistas. No deberíamos tener miedo a que la verdad se abra camino, evitaríamos las conjeturas y las desconfianzas en el presente y para el futuro.

Por eso, yo creo que invitar a no pasar página no excluye el perdón; al contrario, la verdad y la justicia harán más grande y verdadero el perdón y más auténtico nuestro sistema democrático. Pero creo que no puede ser verdadero, cristiano y evangélico el olvido de la vida instrumentalizada de las personas. Lo que está en juego no es la trifulca entre los que perdieron y los que ganaron, no me interesa esa pelea, es pura mezquindad propia de quienes conciben el compromiso social con la lucha por el poder. Lo que está en juego es que para algunos la vida no vale nada o tiene simplemente un valor utilitario; para algunos, se puede instrumentalizar la vida y adulterar la dignidad del ser humano si lo pide la conveniencia y ciertos objetivos políticos.

Lo que está en juego no es un accidente de trenes, sino que la vida de 192 asesinados y casi dos mil heridos directos fue vilmente instrumentalizada. Estas vidas y las vidas doloridas de sus padres, hermanos, familiares y amigos fueron miserablemente instrumentalizadas en su dignidad entre los días 11 y 14 de marzo de 2004. Lo que está en juego es que todo lo anterior sigue siendo inmoralmente instrumentalizado bajo el mecanismo represor de la actitud y del discurso políticamente correcto. Lo que está en juego supera el derecho a la información veraz y a la libertad de opinión y se convierte en una exigencia de la libertad de conciencia, la más honda de las libertades, la que nace dónde residen las referencias éticas y espirituales más profundas de la persona.

Estos días, un periódico nacional anunció en sus páginas de cultura que subastan las cartas más incendiarias de Miguel de Unamuno en el destierro. Esa era la noticia. Sin embargo, creo que el interés de las cartas está en el contenido expresado de manera vehemente y crítica, sin contemplaciones, desobedeciendo el discurso políticamente correcto. Escritas entre 1901 y 1935, desde el destierro en Fuerteventura, París y Hendaya, están dirigidas a su familia, a políticos, a editores y a escritores. En una carta fechada el 31 de enero de 1930, a propósito de la posibilidad de volver a España, Miguel de Unamuno escribió: "Iremos ahí a impedir el borrón y cuenta nueva. El que ve que se le viene todo encima es el Rey. Por ahora tirará, pero... ¿y luego?" Al leerlas, no pude impedir que me asaltaran unas sensaciones muy extrañas sobre la que fue una gran nación...

El Gobierno de Rodríguez Zapatero no habrá sabido, no habrá querido, no habrá podido o no le han dejado gestionar el drama del 11-M en la dirección de conseguir más concordia, más justicia, más seguridad, más libertad y más unidad entre los españoles. Nos queda exigir que la justicia sea justicia, que el legislador sea legislador, que no se conviertan en un apaño de intereses e influencias. Que no nos falte nunca la capacidad del perdón. Y que no nos falte nunca la capacidad de indignarnos ante el uso instrumental de la vida humana, de toda la vida.

Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social "León XIII"
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