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VIAJE DEL PAPA A ÁFRICA

Para esto ha venido

El Papa sonríe. "Amo a África, amo su fe alegre" había dicho Benedicto XVI sobrevolando el continente negro. El Papa sonríe frente a la multitud que le reconoce como Pedro y tiene sed de sus palabras. Él también tiene sed de este reconocimiento de su pueblo, de esta fe sencilla que crea comunidades vivas, que sirve a los pobres, que genera reconciliación y una nueva cultura.

El Papa sonríe. "Amo a África, amo su fe alegre" había dicho Benedicto XVI sobrevolando el continente negro. El Papa sonríe frente a la multitud que le reconoce como Pedro y tiene sed de sus palabras. Él también tiene sed de este reconocimiento de su pueblo, de esta fe sencilla que crea comunidades vivas, que sirve a los pobres, que genera reconciliación y una nueva cultura.

Sabe que una nueva tempestad se ha desatado en Europa por sus palabras sobre la lucha contra el SIDA y quizás siente cansancio ante la ignorancia de unos y la maldad de otros, ¿de qué extrañarse? Pero la alegría de esta fe es más fuerte y más profunda. "Dios marca la diferencia", les ha dicho a los jóvenes, lo demás es historia vieja.

Más de un millón de personas han participado en la Eucaristía del domingo en la explanada de Cimangola, asomada al Atlántico, y el Papa se ha entregado. Les ha hablado con esa pasión racional tan propia de Joseph Ratzinger, que siempre arranca de la realidad que tiene delante. ¡Cuántas heridas, cuántas tinieblas, cuántas zozobras en la memoria de cada uno de aquellos hijos de África y de la Iglesia! La guerra puede destruir todo aquello que tiene valor. La guerra de los fusiles y las bombas que ha lacerado Angola durante treinta años, pero también la guerra silenciosa de la miseria absoluta, de las calles violentas, de la explotación sexual, de la brujería, del aborto y del cinismo rampante. Y el Papa ofrece su diagnóstico: "cuando la Palabra de Dios es ridiculizada, despreciada y escarnecida, el resultado sólo puede ser la destrucción y la injusticia". 

Es preciso comenzar de nuevo, y eso sólo es posible si cambia el corazón. Un imposible para las fuerzas del hombre, pero no para Dios. La tarde anterior les había mostrado a los jóvenes cómo Dios marca la diferencia en la historia. "Leed atentamente la historia", les ha dicho: veréis cómo cambia las vidas de quienes le acogen, veréis que el pueblo de los que se reúnen en torno a Él no envejece. Porque amigos míos, "el futuro es Dios". Sí, para esto ha venido y no van a impedirlo ni el calor saturado de humedad ni los gritos estridentes de los medios occidentales. "Sólo Dios puede hacer nuevas todas las cosas". El Papa ha mirado todo el dolor resumido en aquellos rostros, los de los enfermos del centro cardenal Leger en Yaundé, los de los mutilados por las minas en Luanda, los de los niños de la calle y las mujeres empujadas a la prostitución, los de quienes se sienten esclavizados por el miedo a los malos espíritus... ha mirado todo esto y ha osado decir que "la Palabra de Dios es una palabra de esperanza sin límites".

El diálogo con los jóvenes se ha tornado especialmente denso, incluso dramático. Sé que os asaltan las dudas, les dice el Papa. Pensáis que aún no se ven los frutos de esa renovación que Dios promete... ¿cuándo llegará, cuándo se alzará para renovar todas las cosas? Pero Benedicto no se achanta: "Jesús no os deja sin respuesta... la renovación comienza dentro de vosotros, por la fuerza que habéis recibido de lo Alto, la fuerza dinámica del futuro está dentro de vosotros". Pero para que la promesa se convierta en fruto, el único camino es dar la vida. Se lo ha dicho a los jóvenes, pero también lo había subrayado en el discurso a los obispos, al advertirles de que no deben asustarles los dolores de parto que acompañan la formación del pueblo de Dios. El tiempo de la construcción es tiempo de prueba, como había dicho en el estadio de Yaundé durante la preciosa liturgia de sabor africano y de gran fervor y seriedad. Allí el Papa había dicho a los cameruneses que estuviesen atentos a quienes pretenden imponer el reino del dinero, y les había exhortado a reconocer al verdadero autor de la vida, a no dejarse fascinar por los falsos ideales, a acoger toda vida como don de Dios, a permanecer firmes en la esperanza contra toda esperanza.   

Pero volvamos a los jóvenes, interlocutores privilegiados de este Papa como ya lo fueron del inolvidable Juan Pablo II. Benedicto les dice ¡ánimo!, permaneced injertados en el pueblo siempre joven de la Iglesia, sed asiduos a la meditación de la Palabra y al pan de la Eucaristía, no temáis a una cultura social que pretende separaros de Cristo con sus falsas ilusiones, no temáis tomar decisiones definitivas, las únicas que permiten ejercer realmente la libertad y alcanzar algo grande en la vida. El fruto no se remite sólo a la vida eterna, sino que empieza ya en el presente: "así se crearán entre vosotros islas, oasis, grandes espacios de cultura cristiana donde se hará visible esa ciudad que esperáis". Esta es la vida que merece la pena vivir. Y la gente lo entiende, canta y baila sin descanso, y aclama a su pastor. En la explanada de Cimangola el Papa se limpia repetidamente el sudor del tórrido mediodía, pero está contento. "¡Alzaos!, poneos en camino, mirad al futuro con esperanza, confiad en las promesas de Dios y vivid en su verdad, de esta forma construiréis algo destinado a perdurar, dejaréis a las generaciones venideras una herencia de reconciliación, de justicia y de paz". Sí, para esto ha venido.

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