Pero un hombre auténtico es alguien de vigorosa personalidad y ésta sólo es posible sobre una existencia vivida en conciencia. Pero una vida así supone el esfuerzo de estar en la tensión de la permanente búsqueda de la verdad. Por eso cree en aquello que ha encontrado como sostén de su existencia y habla como expresión de la verdad hallada.
Por tanto, yo no puedo llamar matrimonio a lo que no lo es, por mucho que la presión social trate de imponérmelo. Ya sé que por esto algún adalid de la tolerancia me tendrá muy probablemente inscrito en alguna lista "oficial" de homófobos y fachas o, al menos, en la de homófobos potenciales. Pero no me importa, aunque me duela, porque yo tengo que dormir todas las noches con una señora que se llama conciencia y prefiero estar a bien con ella. Así pues, seguiré ejerciendo mi derecho a la objeción de conciencia anteponiendo el "pseudo", pues lo que quiero decir es que son matrimonios falsos. Desgraciadamente me sigue llamando la atención que muchos que opinan también así se dejen llevar por la trampa del lenguaje y usen indiscernidamente la terminología progresistamente correcta.
¿Por qué es una falsedad? Porque el matrimonio es una unión de vida y amor entre dos personas abierta a la procreación. Las uniones homosexuales son de suyo estériles, por eso no puede haber matrimonio entre ellos, lo que habrá será otra cosa. Esto es difícil de comprender en nuestra cultura porque, por un lado, se ha escindido la sexualidad de la procreación y viceversa y, por ello, el matrimonio ha quedado reducido, en la mentalidad imperante, a una relación entre dos personas en donde la posibilidad de formar familia es algo accesorio y perfectamente prescindible. Por otro lado, está el eje nihilismo-nominalismo-voluntarismo, todo ello asentado en un muy cultivado relativismo gnoseológico. Pero las palabras no son sin más un flatus vocis, sino que son el esfuerzo y el medio que el hombre tiene para comunicar a los otros la verdad. Por eso, como enseña Pero Grullo, ante realidades distintas usamos nombres distintos. Mas si hemos perdido la fe en que el hombre pueda conocer la verdad de lo que las cosas son y de lo que él debe hacer, entonces las palabras serán nuestro menor problema, porque lo único que valdrá será la voluntad y, en estos casos, siempre se impone la del más fuerte.