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CARITAS IN VERITATE

Que no secuestren la encíclica

En el año de gracia de 2009, cuando los detentadores del poder cultural habían decidido que el cristianismo sólo podría sobrevivir como "suplemento de alma", como regla ética para corregir los desaguisados del sistema o como piedad subjetiva que suavice la aspereza de la vida cotidiana, Benedicto XVI ha vuelto a colocar la experiencia cristiana (o sea, la caridad vivida en la verdad) en el centro del debate público.

En el año de gracia de 2009, cuando los detentadores del poder cultural habían decidido que el cristianismo sólo podría sobrevivir como "suplemento de alma", como regla ética para corregir los desaguisados del sistema o como piedad subjetiva que suavice la aspereza de la vida cotidiana, Benedicto XVI ha vuelto a colocar la experiencia cristiana (o sea, la caridad vivida en la verdad) en el centro del debate público.

La encíclica Caritas in veritate es ante todo la demostración de que la fe cristiana abre la razón, es por lo tanto un poderoso método para conocer la realidad en toda su amplitud. Quizás necesitamos revisar nuestro prejuicio sobre lo que significa una encíclica social. Es verdad que aquí se habla de economía, de trabajo y de empresa, pero sobre todo se habla del hombre y de su necesidad radical. Por eso el Papa introduce la misteriosa formulación de que "el desarrollo humano es una vocación", y por eso una reflexión sobre sus exigencias no puede quedar confinada en el ámbito de la reflexión económica. Si el desarrollo humano es la respuesta a la necesidad del hombre (a su verdad, siguiendo el método de la encíclica) habremos de reconocer que hace referencia a su hambre de pan, de justicia, de libertad y de sentido.

De ahí la afirmación nada retórica de que "el Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo". La fe en Cristo, acogida, educada y vivida en el camino histórico de la Iglesia, da forma a una humanidad que está en las mejores condiciones para afrontar los problemas de todo tipo, económicos, sociales y políticos. Ciertamente la encíclica no pretende ofrecer soluciones técnicas a los problemas sino la mirada que nace de la experiencia cristiana, una mirada que demuestra ser más penetrante y correspondiente a lo humano que las propuestas ideológicas de diverso signo, o que los sueños de una tecnociencia desvinculada de todo vínculo humanista.

De hecho hay tres grandes cuestiones sobre las que batalla la encíclica: la dictadura del relativismo, las utopías ideológicas y la omnipotencia de la técnica. Frente a ellos, Benedicto XVI plantea el protagonismo del hombre que se reconoce abierto a Dios, miembro de una familia, partícipe de un designio bueno en el que es invitado a participar libremente. El hombre que construye junto a otros, con la conciencia (clara o confusa) de que la vida es un camino hacia un destino bueno, y de que su obra en el mundo, aunque pasajera y contingente, es un anticipo de la eternidad. No son los Estados, ni el mercado ni la técnica, los protagonistas del desarrollo, sino el hombre libremente unido a otros hombres: las familias, las comunidades, las empresas... De ahí que la libertad, la subsidiariedad y la solidaridad, sean tres grandes palabras a declinar en la lectura de estas páginas. Palabras que llevan tras de sí el peso de una experiencia de siglos, la que ha dado lugar a monasterios, escuelas, hospitales, cooperativas, asociaciones no gubernamentales y tantas formas nuevas, ya en curso o por venir.

En cuanto a las consideraciones sobre el mercado y la empresa, la mirada del Papa es de un realismo impresionante, como han reconocido personas tan relevantes como el gobernador del Banco de Italia. Benedicto XVI no acepta jugar en un campo esquemáticamente dividido entre hooligans del Estado o del mercado, sino que propone recuperar una visión de la economía en cuyo centro está el desarrollo como vocación de todos los hombres. El cardenal Ángelo Scola, hombre de gran confianza del Papa, ha señalado que "por primera vez en términos explícitos y directos, casi técnicos, el magisterio pontificio hace una propuesta de innovación radical en el ámbito económico". Según el Patriarca de Venecia, la originalidad radica en que el Papa se pronuncia partiendo de la "razón económica", de modo que su propuesta se injerta en las preguntas que surgen dentro de la economía". La Caritas in veritate no es una especie de barniz que se superpone a un sistema económico que ya está completo y cerrado, sino que recoge las preguntas que están sin respuesta en la economía, y desde ahí hace sugerencias para una nueva "civilización de la economía". Scola destaca entre esas sugerencias el "principio de gratuidad" y la "lógica de una donación destinada a la construcción de una fraternidad". No se trata de corregir desde fuera, con la ética o los buenos sentimientos, la maquinaria autónoma del mercado, sino que el Papa sostiene que el principio de gratuidad es intrínseco a la economía, y que sin la dinámica de la gratuidad no se puede conseguir el desarrollo del hombre. Para Benedicto XVI, es el mercado mismo el que necesita estar atravesado por una corriente de gratuidad, por una presencia eficiente y jurídicamente tutelada, de empresas para las cuales el beneficio es un instrumento, pero la finalidad para la que trabajan es mucho más grande.

Es curioso observar cuántos quieren encasillar o secuestrar esta encíclica, todavía poco leída y aún menos entendida. Dejemos aparte casos grotescos como el de Santiago Carrillo diciendo que el Papa ha copiado a Marx (que como todo el mundo sabe apostaba por la caridad como motor del desarrollo de los pueblos). La idea del Papa socialdemócrata o verde no deja de resultar divertida pero de escaso recorrido, sobre todo porque el mandato de custodiar la creación data de las profundidades del Génesis y porque la Iglesia siempre ha sostenido la necesidad de reglas políticas claras y justas para tutelar el bien común, también en el ámbito económico. Pero también es inaceptable y miope la reducción de quienes sólo ven en la encíclica un elenco de reglas éticas para perfeccionar el statu-quo. Con esta carta perfectamente hilada con sus dos precedentes (Deus caritas est y Spe salvi), Benedicto XVI introduce de nuevo el cristianismo en la escena de la historia. Con ella el Papa no ha ofrecido un decálogo para afrontar la crisis, sino que ha explorado la realidad dramática de nuestro tiempo con los ojos de la fe, para comprender que hoy "la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica". En este sentido resulta verdaderamente profético el capítulo sexto sobre el desarrollo de los pueblos y la técnica, dado que el Papa entiende que el proceso de globalización corre el riesgo de sustituir la pretensión de las viejas ideologías del siglo XX por el absolutismo de la técnica, convertida ella misma en nueva ideología que hace coincidir la verdad con lo factible.

La cuestión del desarrollo desemboca finalmente en una elección decisiva entre una razón encerrada en sí misma y una razón abierta al Misterio. Es el gran tema que Benedicto XVI lanzara ya en su lección de Ratisbona y que ahora despunta nuevamente. Para los cristianos este documento es un cálido impulso a poner en juego la racionalidad de la fe en el campo de la historia. No sólo ni principalmente a través de un discurso sino mediante el testimonio de una humanidad más rica y laboriosa, más libre y capaz de construir una ciudad digna del hombre.
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