Lo mismo que cuando a la salida de su aldea dejó que fuera el instinto de Rocinante el que decidiera qué camino tomar. Pero Don Quijote, pese a lo que dijo, no se puso en las manos de Dios, sino en las de las leyes de la naturaleza, pues prescindió de su propia voluntad e inteligencia para dirigir el curso de su azañosa singladura fluvial.
Por lo que cuentan algunas crónicas periodísticas, no parece que sea esto lo que haya pasado en el Cónclave. Más bien dan la impresión de que es todo lo contrario, como si su preparación y lo que en él ha sucedido no fuera diferente al congreso de algún partido político donde lo único que importara fueran las voluntades y fuerzas humanas en concurso. Cuando se tiene una visión materialista de la historia y de la vida de los hombres, hay una gran ceguera para comprender determinadas cuestiones y, lejos de dar la posibilidad al otro de moverse en parámetros distintos, se le intenta comprender y, por ello, reducir al propio esquema. Entonces, entre los cardenales lo que habría habido sería una lucha de poderes por la supremacía. Claro que si el hombre queda reducido a lo material, en realidad, la postura es parecida a la de Don Quijote, porque si el hombre es solamente cuerpo, ¿cómo sería posible hablar de libertad y voluntad? En el fondo, por aquí es fácil caer en afirmar que la elección de Benedicto XVI, como la de cualquier otro hecho histórico, ha sido el resultado de las leyes de la naturaleza, pues lo social quedaría equiparado a lo natural. Por tanto, la historia toda humana y la biografía personal de cada uno estarían en manos de la fatalidad, nadie sería dueño de sus actos y, por consiguiente, todos seríamos irresponsables y la sociedad una jungla.
Pero los cardenales han tenido claro que la Iglesia es una compleja realidad "que está integrada de un elemento humano y otro divino", como señala la constitución Lumen gentium. En el Cónclave, ciertamente no han participado ángeles, sino hombres y además pecadores; en la elección del Papa, como en cualquier acontecimiento eclesial, ha concurrido el factor humano con todo lo que esto implica. La historia de la Iglesia no está ayuna de ejemplos que iluminan lo humano en su vertiente negativa y esto lleva consigo la tentación de pensar que Dios no tiene que ver con ello o que, por lo menos, parece ausentarse de cuando en cuando de nuestros asuntos. Pero esto es pensar que Dios tendría que ser como un maese Pedro que tuviera que mover la historia como si de títeres se tratase. Mas los hombres no somos como los muñecos de don Gaiferos y Melisendra ante los atónitos ojos de Don Quijote y Dios así lo quiere, sabe y respeta. Cuando alguien prescinde de Dios por el escándalo de las deficiencias humanas, lo cual suele coincidir con que las cosas no salen según sus expectativas, en realidad, está confesando que le gustaría que Dios prescindiera de nuestra libertad y nos manejara como un relojero lo hace con las ruedas de un reloj, esperando que Dios llevara la barca de la Iglesia como pretendía Don Quijote que lo hiciera con la suya. Quien se queda sólo con el factor humano está muy cerca del que prescinde de él. Pero la elección de Benedicto XVI ha sido algo a un tiempo de los hombres y del Espíritu Santo. La voluntad de los cardenales y la de Dios han concurrido, diciéndolo con un préstamo del concilio de Calcedonia, sin confusión, sin cambio, sin división y sin separación. Y es que Dios conduce la historia hasta su perfección sin prescindir de nosotros, no es un liberticida.