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LA MEMORIA SIEMPRE SE ACABA

¿Quién puede vivir siempre en el recuerdo?

Este verano ha sido pródigo en fallecimientos de personas notables: Cisneros, Polanco, Bergman, Antonioni, Xirinacs, Umbral, Vilallonga, etc. Es mucho lo que se ha escrito sobre ellos. Leer artículos sobre los muertos siempre resulta interesante, por muchos motivos. Las personas se sitúan ante lo definitivo e irreversible, se toman posturas, se velan otras, se cuenta lo aún no dicho, se callan otras cosas cuyo silencio parece clamar.

Este verano ha sido pródigo en fallecimientos de personas notables: Cisneros, Polanco, Bergman, Antonioni, Xirinacs, Umbral, Vilallonga, etc. Es mucho lo que se ha escrito sobre ellos. Leer artículos sobre los muertos siempre resulta interesante, por muchos motivos. Las personas se sitúan ante lo definitivo e irreversible, se toman posturas, se velan otras, se cuenta lo aún no dicho, se callan otras cosas cuyo silencio parece clamar.
Hay quienes hablan muy personalmente, ante el fallecimiento del amigo o admirado, de lo que es para él la muerte, y no faltan o incluso menudean los que no pasan de decir lo políticamente correcto ante el final de esta vida. Pues hasta en esto parece que hubiera un pensamiento único que tratara de imponerse, que no se pudiera quebrar, acaso por no descubrir la futilidad y evanescencia de los valores en boga. Las creencias, ya se sabe, tienen que estar recluidas en lo privado, no vaya a ser que alteren el orden establecido; mejor seguir adormecidos.
 
En el aeropuerto de Colonia, en el puesto de periódicos, tuve la fortuna de encontrarme con Peter Kranich, el autor de Gesunder Menschenverstand. Allí nos enteramos de la muerte del cabeza de Prisa, y no pudimos por menos de comentar el agradecido chiste de Máximo en El País. En él se decía: "Jesús de Polanco vivirá en la memoria". Kranich, con su implacable filosofía –tal vez algunas veces algo ayuna de profundidad metafísica, pero no por eso prescindible en el plano vital–, fue desgranando morosamente lo que para él era una aserción sin sentido pero que, pese a su trivialidad, es moneda común de cambio; incluso, para algunos, hasta pretendido consuelo ante la muerte.
 
¿En qué memoria vivirá? Son muchos quienes lo recordarán; yo lo estoy haciendo al escribir este artículo, y tú, lector, inevitablemente también, al leerlo. Sus seres queridos lo recordarán más tiempo, hasta que para alguna generación que no lo haya conocido en vida ni siquiera sea un nombre de su pasado familiar. La Historia o, mejor dicho, los libros sobre ella algo hablarán de él, pero ¿durante cuánto tiempo?
 
Incluso los nombres más ilustres del pasado van quedando arrinconados en los archivos; sin alguien que los lea son sólo manchas de tinta sobre el papel. Pero incluso llegará el momento en que todo eso desaparezca, aunque sólo sea porque con el fin del ser humano, que tarde o temprano llegará, se evaporará la posibilidad de que alguien lo haga. La memoria, por larga que sea, siempre se acaba.
 
¿Quién vivirá en la memoria? Por larga que sea la pervivencia en ella, por mucho que dure el recuerdo en los hombres o en los libros, ¿quién vive en ella? Desde luego, quien no vive es la persona muerta. En tal caso, las imágenes que del difunto se tengan, sus palabras, sus ideas, o el nombre. Todo lo cual no pasa de ser una sombra de la realidad personal, sin sustantividad propia.
 
Por eso, qué absurdo le resulta al que lo ve que muchos busquen inconscientemente nombre y fama como sucedáneo de la propia perduración, en la que ya no creen, tras la muerte. Pero ¿los recuerdos o el nombre viven en la memoria? No, quien vive es el que recuerda. A lo recordado sí se le pueden aplicar aquellas palabras de Píndaro: "sueño de una sombra".
 
Se ha dicho, con motivo de la muerte de Bergman, que, aunque creía en Dios, no creía en la vida perdurable. Si la muerte es la aniquilación del hombre, la vida aparece como un auténtico sinsentido. ¿Para qué todo? Para la nada; mientras tanto, comamos y bebamos, que mañana moriremos. Si todo acabara en nada, solamente nuestro voluntarismo sería el único sustento de la igual e incomparable dignidad de todos los hombres, pues lo que acaba en nada, ¿qué valor tiene? Y además Dios sería la realidad más cruel de todas; mejor matarlo.
 
Quien murió también este verano fue Baldomero Jiménez Duque, una de las personas clave de la espiritualidad española del pasado siglo. Como indicio de ello, baste recordar que conoció y trató personalmente a unos cuantos santos y beatos: Pedro Poveda, Maravillas de Jesús, Josemaría Escrivá, Rafael Arnáiz, Pedro Ruiz de los Paños. Y a otros en proceso de beatificación. Él sí creyó profundamente en Dios y en la vida eterna.
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