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AMOR Y SEXUALIDAD

Quizás la Encíclica más incorrecta

Probablemente la Encíclica más políticamente incorrecta ha sido y continúe siendo la Humanae Vitae. Es por esto que de estos temas no se habla nunca. Unos no lo hacen por simple rechazo. Y a otros les resulta algo molesto que es mejor tocar lo menos posible, no vaya a ser que le estalle a uno en las manos. Yo, a riesgo de salir chamuscado, sí lo voy a hacer.

Probablemente la Encíclica más políticamente incorrecta ha sido y continúe siendo la Humanae Vitae. Es por esto que de estos temas no se habla nunca. Unos no lo hacen por simple rechazo. Y a otros les resulta algo molesto que es mejor tocar lo menos posible, no vaya a ser que le estalle a uno en las manos. Yo, a riesgo de salir chamuscado, sí lo voy a hacer.
Pablo VI

De una cosa estoy seguro al comenzar a escribir, que los catalogadores profesionales saldrán contentos. Si alguna duda taxonómica tenían sobre mí, quedará despejada. ¡Qué seguridad da tener el mote adecuado para algo o alguien! Y además qué cómodo. Cuando encasillamos, nos ahorramos el fatigoso trabajo de pensar por nosotros mismos. La etiqueta ya se encarga de ello. Y si además otro lo ha hecho previamente por uno, ni el esfuerzo archivístico hace falta.

Ésta es la suerte que ha corrido la Encíclica de Pablo VI cuyos cuarenta años se cumplieron el pasado día de Santiago. Desde el primer momento, fue considerada como algo poco serio por puro anacronismo, algo sobre lo que, como mucho, solamente cabía hacer chistes. De hecho, si alguna vez alguien saca el tema, el asunto queda rápidamente sobreseído sin necesidad de argumentación alguna; si es que no salta la broma sobre los métodos naturales de fertilidad pese a que casi todos ignoran en qué consisten. Ahí sí que puede reírse uno; aunque la mayoría se las da de saber de estos temas, sobre esto se dicen unas chorradas que ni un niño pequeño. Si se tiene la paciencia de preguntar por las razones del rechazo, lo más probable es que se encuentre uno con que no se tienen. Sencillamente es el lugar común que menos responsabilidad y esfuerzo exige. Y cuando alguien argumenta, fácilmente se puede ver el desfondamiento ético de nuestra sociedad.

Cartel conmemorativo de la Encíclica Humanae VitaeHemos creado en nuestra cultura un espacio de impunidad moral: los actos sexuales. Ahí lo único que determina qué es lo bueno y qué lo malo es el consentimiento de cuantos adultos intervengan, sean uno, dos o los que sean. Lo peor de la pederastia es que no hay madurez para el libre consentimiento. Recuerdo que una vez, zapeando, me encontré con que una presentadora, supuestamente de un programa serio de sexo, decía que las relaciones sadomasoquistas eran algo perfectamente normal siempre que fueran voluntariamente queridas por dos adultos. Los más "modositos" trazan una raya; para ellos, en el matrimonio sí se puede todo, no faltaba más.

Si hay algo moralmente reprobable de lo voluntariamente decidido para nuestra sociedad, eso es la virginidad. Si hay una virtud trasnochada, ésta es la castidad, que suele malentenderse como abstinencia de actos sexuales. Y todo esto con un trasfondo consistente en considerar el propio cuerpo como si fuera un serrucho o una sartén. Esto es, como si no fuera yo mismo, sino una herramienta con la cual puedo hacer y deshacer a favor de uno de nuestros ídolos y una de las mayores fuentes de ingresos y de control social de los poderosos: el placer sexual. Pero así nos las gastamos. Nos vamos cosificando a nosotros y a los demás y tan contentos. ¿No será que mejor que la moral es el pacto social tácito por el cual llamamos bueno y libremente consentido a lo que simplemente es dejarse llevar por el impulso? Con este cacao moral, no es de extrañar que, cuando Pablo VI habla de la moral tanto de los actos conyugales como de la paternidad responsable, se le mire como a un marciano –esta etiqueta me gusta, me la pido–.

Aunque solamente fuera por la visión unitaria del hombre y de la moral, merece la pena leerla. Pero además, para los creyentes, hay más en juego. El Papa habla del matrimonio como camino de santidad del que según cómo se viva se trasluce una determinada imagen de Dios. Por ello, cita la Gaudium et Spes 51: "no puede haber verdadera contradicción entre las leyes divinas que regulan la transmisión de la vida y aquellas que favorecen un auténtico amor conyugal". La fertilidad no es una enfermedad, la mujer está bien hecha y sus ritmos naturales son lo mejor para el amor. Vamos, que Dios no es un chapuzas.
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