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PECES BARBA

Rector dañino

No voy a hablar de su función como Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo, porque ya se han encargado los interesados en denunciar su juego. Pero no está demás recordar que de aquellos polvos vienen estos lodos. La verdad es que el Rector Peces Barba trabaja a destajo: cuando no ofende a las víctimas, reprime a los universitarios que no comulgan con su credo, y cuando le queda tiempo ataca a la Iglesia, institución que ocupa desde hace años sus peores pesadillas.

No voy a hablar de su función como Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo, porque ya se han encargado los interesados en denunciar su juego. Pero no está demás recordar que de aquellos polvos vienen estos lodos. La verdad es que el Rector Peces Barba trabaja a destajo: cuando no ofende a las víctimas, reprime a los universitarios que no comulgan con su credo, y cuando le queda tiempo ataca a la Iglesia, institución que ocupa desde hace años sus peores pesadillas.
Peces Barba, mal rector y peor comisionado, abrazando a Carrillo
Su última intervención no desmerece de tantas sábanas en El País, e incluso de alguna “tercera” de ABC, en las que tacita a tacita, ha ido destilando su conocida opinión sobre la inconstitucionalidad flagrante de los Acuerdos entre la Iglesia y el Estado, o su denuncia del terrible peligro que para las democracias occidentales suponía un señor vestido de blanco que se llamaba Juan Pablo II. Ahora Peces confiesa que los socialistas cometieron un error (pero no teman, fue por grandeza de espíritu y eso tendrá su recompensa) al aceptar que la Constitución mencionara la especial relación que debía mantener el Estado con la Iglesia católica: según él, así se abrió la puerta al neo-confesionalismo, del que tenemos sobradas muestras en nuestros días. Tiembla el Rector de la Carlos III, guardián de las esencias del Estado laico, ante los destrozos que puede provocar a nuestra joven democracia una jerarquía eclesiástica empeñada en anunciar el Evangelio y sus consecuencias morales, y ante el germen de caos social que pueden sembrar esos católicos montaraces que se empeñan en presentarse como tales en público. Hasta aquí la ironía, punto y basta.
 
Aún tenemos memoria para recordar que este amante de las libertades negó un mísero espacio para que los estudiantes católicos pudiesen disponer de una capilla en su moderna universidad. Y tenemos fresca su reacción cuando un grupo de maleantes agredió al historiador Pío Moa mientras intervenía a invitación de un grupo de alumnos de la Universidad que él preside: ni una palabra de solidaridad con el agredido, sino la advertencia que de ahí en adelante controlaría qué personajes entraban en “su” Campus. Que yo sepa, el debate abierto (¡cuánto más en sede universitaria!) forma parte de la esencia de la democracia, y la expresión pública de la propia identidad cultural, religiosa y política de las personas y de los grupos, es una de las grandes conquistas de este sistema político. Con su proverbial sectarismo, Peces Barba es una rémora para la democracia de cada día, esa sobre la que pontifica en sus escritos.
 
Por el contrario, el reconocimiento constitucional de la relevancia histórica y social de la Iglesia Católica en España no es una amenaza para nadie. ¿O es que el Rector Peces considera poco democráticos los ordenamientos políticos británico y escandinavo, por poner algún ejemplo? Más aún, el reconocimiento político, cultural y mediático de que el catolicismo es uno de los elementos vertebradores de la realidad española, y de que no debería ser gratuitamente vejado sino cordialmente escuchado, suministraría una buena ración de oxígeno al enrarecido ambiente en el que estamos sumidos desde que un alumno de Peces Barba (no sabemos si aventajado o repetidor) asumió la gobernación de nuestro país. Desde la transición, no habíamos vivido un clima semejante de acoso y derribo a los valores de la tradición cristiana, ni un intento de recorte del espacio público para los católicos como el que ahora se perfila en todos los campos. Y es precisamente ahora cuando Peces Barba hace sonar las alarmas ante una supuesta amenaza neo-confesional. Vivir para ver: ahora resulta que los paladines del librepensamiento se escandalizan porque los obispos invitan a ejercer la objeción de conciencia; ahora vemos que los campeones del pluralismo no aceptan lo que se sale de la partitura que ellos escriben.
 
En vez de malgastar sus energías intelectuales en aventar fantasmas y en constreñir libertades, haría bien el Rector en sumarse a la reflexión de sus mejores colegas sobre la crisis de esa modernidad que tanto le encandila. Y ya que celebramos el bicentenario de Alexis de Tocqueville, sería bueno que repase sus advertencias sobre los monstruos que puede incubar un sistema democrático cuando se vacía de contenido ideal, cuando se seca su debate interno y cuando el despotismo de la mayoría sustituye al pluralismo cultural que debe alimentarlo.
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