Menú
DEMOCRACIA SIN ÉTICA

Rehabilitemos la política

La política está dañada y devaluada. Según el último Barómetro Global de la Corrupción 2005, en España y en casi todos los países, los partidos políticos son percibidos como el sector más afectado por la corrupción. En determinados ambientes y medios se difunde la creencia de que la izquierda aporta regeneración, autenticidad y calidad moral a la política. La verdad parece ser otra.

Ante la tentación de reducir la política a aquello que hacen los políticos, es decir, a la partitocracia, los ciudadanos tenemos que asumir la responsabilidad de frenar esta degradación a la que contribuyen los enredos, las tramas, las mentiras y las corrupciones (¡vuelve la corrupción!) sobre grandes cuestiones de la vida nacional y de la comunidad política.

Hoy quiero ceñir mi análisis a una cierta izquierda, atrevidamente hipócrita y mentirosa, que se olvida de las grandes palabras y de los grandes ideales democráticos cuando conquista el poder. Esa izquierda, que hace sospechosas alianzas y amasa monopolios con “el gran capital”, ayudados por unos negociantes disfrazados de políticos, tratantes de jugosos chanchullos financieros, pretende a la vez dar lecciones de ética y de respeto a la ley y a la libertad. Es una izquierda animada por unos artistas –¡vaya si son artistas!– que deprisa se olvidan de interpretar las farsas contra la guerra, contra la contaminación ambiental, contra los incendios de los bosques, cuando tienen que dar cuentas de su ineficacia y de su irresponsabilidad.

Pronto nos damos cuenta de que algunos han convertido la política en la conquista del poder como seay en mantenerse en él a cualquier precio. Se evidencia en este juego el papel de los farsistas, de los autores de farsas y de aquellos que tienen por oficio representar farsas y comedias. Los escenarios políticos se han llenado de farsistas. Lo malo es que, como ciudadanos, nos acostumbremos a un gobierno mediocre y sectario, a una democracia débil y enferma, amenazada por leyes mordaza, y quedemos pasivos ante un Estado en proceso de desmantelamiento, y unas instituciones bajo mínimos en credibilidad y capacidad de reacción. Sólo nos queda una opción válida: actuar para restituir el valor, la nobleza y el sentido verdadero a la política.

A propósito, durante el descanso navideño, he vuelto a leer una reflexión cristiana muy interesante. En 1999, los obispos franceses, ante los signos evidentes de que el sentido de lo político tiende a embotarse y a degradarse, publicaron el documento Rehabilitar la política, en el cual desean presentar una visión política renovada, suscitar nuevos comportamientos y ayudar a reconocer nuevas urgencias.

En este interesante texto, los obispos franceses empiezan por recordar que los cristianos y las cristianas no pueden hacer caso omiso de las realidades de este mundo envuelto en una mutación rápida y sin precedentes en todos los ámbitos. Ellos participan, con todos, en la construcción continua del futuro de su ciudad, su región, su nación, Europa, la comunidad de naciones y la humanidad al completo. Y les recuerdan que el hecho de que, en Francia, vivan en una sociedad laica no implica en ningún caso que la dimensión religiosa y la dimensión ética se encuentren alejadas del espacio público. Los católicos participan, al igual que el resto de los ciudadanos, en los debates políticos. Resulta legítimo que tomen la palabra para defender sus propias convicciones cristianas, respetando las de los demás. Restituir el sentido auténtico a la política es reconocer que es una obra colectiva y permanente, con el fin de lograr la "convivencia" en el marco de la democracia, fundado sobre el equilibrio de poderes y la soberanía de un pueblo de ciudadanos iguales en derechos.

Pero “la democracia necesita virtud, tanto para los dirigentes como para los propios ciudadanos. Precisa una ética que descanse en un sistema de valores esenciales: la libertad, la justicia, la igualdad de dignidad de las personas, lo que denominamos el respeto de los derechos del hombre. Es necesario imponer una vigilancia ante determinados tipos de funcionamiento democrático que parecen minar progresivamente estas virtudes que incluso la democracia precisa: ello se da concretamentecuando se considera que una decisión es válida simplemente porque es el fruto del voto mayoritario”.

No puedo estar más de acuerdo. Entre nosotros, Zapatero puede componer mayorías aritméticas que le permitan aislar y excluir activamente al Partido Popular de las decisiones sobre las grandes cuestiones; puede aliarse con los nacionalistas y los radicales y emprender un proceso de ruptura, casi clandestino, del consenso constitucional; ZP puede componer mayorías aritméticas que le faciliten ganar todo tipo de componendas sobre el modelo de Estado, la claudicación ante el terrorismo, la ideologización de la educación, la hostilidad a la institución familiar, la politización de la justicia, la utilización partidista de los medios de comunicación públicos, etc. Las mayorías aritméticas no legitiman por si solas el ejercicio de la autoridad ni hacen las decisiones más democráticas ni moralmente aceptables.

Como recuerdan los obispos franceses, “no existe una verdadera democracia sin comportamientos democráticos: aprender a conocer y a reconocer al otro; fomentar el debate en vez de la lucha; desarrollar el diálogo y el sentido del compromiso; hacer prevalecer la razón sobre la pasión; prohibir el uso de la violencia y de la mentira. La democracia implica, antes de realizar cualquier elección, la reflexión y el debate, la información y el análisis, las reglas del juego claras. La labor indispensable de los partidos políticos consiste en alimentar el debate público. Los sindicatos, las asociaciones diversas y una prensa libre deben contribuir a ello”.

Además de los actores sociales citados, resulta deseable y necesario que las propias Iglesias tomen la palabra en este escenario político. La política necesita ser rehabilitada porque la democracia necesita ser renovada con urgencia. Hoy no necesitamos de la Iglesia una palabra única y definitiva, sino una palabra unitaria, actual y abierta. Y los cristianos tenemos el derecho y la necesidad de esperar de nuestros obispos, en toda España, esa palabra significativa, no un discurso enigmático, temeroso o ambiguo.

Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social “León XIII”
0
comentarios