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JESUCRISTO

Rey de Dios

Como quiera que el protagonista central de la Semana Santa es Jesucristo, su riqueza es, incluso solamente desde un punto de vista meramente humano, sencillamente inabarcable, pues, como decía de Él San Juan de la Cruz, "es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá".

Como quiera que el protagonista central de la Semana Santa es Jesucristo, su riqueza es, incluso solamente desde un punto de vista meramente humano, sencillamente inabarcable, pues, como decía de Él San Juan de la Cruz, "es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá".
Fray Luis de León.

Una de esas vetas que de principio a fin van atravesando estos días es la de su realeza. Fray Luis de León, en su libro De los nombres de Cristo, dedica, en la segunda parte, buen espacio a comentar el nombre de Rey de Dios, es decir, a la comprensión de Jesucristo como aquél que Dios ha elegido para regir el mundo y la historia.

El maestro León no puede por menos de destacar el gran contraste, lo mismo que todos los cristianos de todos los tiempos al escuchar los textos de la Pasión, entre los poderosos de este mundo y la realeza de Cristo: "Como las bestias carecen de razón, y se goviernan por fiereza y crueldad, assí lo que ha levantado y levanta estos imperios de tierra es lo bestial que ay en los hombres: la ambición fiera y la cobdicia desordenada del mando, y la vengança sangrienta y el coraje, y la braveza y la cólera, y lo demás que, como esto, es fiero y bruto en nosotros". En cambio, "fue Christo, demás de ser manso y humilde, más exercitado que ningún otro hombre en la experiencia de los trabajos y dolores humanos".

Porque Jesús, como Rey, no es sólo que no se dejara arrastrar por las más bajas pasiones, no es que simplemente tuviera las más ricas virtudes, es que incluso quiso pasar por las necesidades y penas más hondas, incluida la muerte y las consecuencias del mal que los hombres elegimos, de aquellos a quienes iba a regir. En lugar de actuar desde una aséptica distancia, prefirió correr nuestra suerte.

Ciertamente, el poder en este mundo no se ejerce, al menos en nuestro Occidente, de la forma tan descarnada con que nos lo describía el sabio agustino, pues precisamente la presencia continua del recuerdo, no solamente en Pascua, sino en cada Eucaristía, de la muerte y resurrección de Jesús ha sido un referente permanente de cómo se ha de ejercer la autoridad y el mando. Por eso, aunque por debajo lo que siga moviendo a muchos sea la codicia y el afán de poder, sin embargo todos se recubren de una cierta estética cristiana, incluso los más abyectos, porque saben que, en el inconsciente colectivo, está aún presente la figura de ese Rey que manso y humilde entra en Jerusalén, no escoltado por sus tropas sino montado en pacífico pollino, para después ser coronado de espinas y entronizado por los hombres en una cruz.

Tal vez por eso, entre otras cosas, exista esa avidez desmedida por relativizar la figura de Jesús, por incluso dejarla reducida a un simple mito sin base histórica, porque la gran fuerza de la realeza del Cristo está en el espesor de su realidad y no en lo romántico y abstracto de una idealidad. Aquellos que quieren construir su vida sobre la explotación de los demás necesitan convencernos de que todo es relativo, necesitan destruir toda objetividad de bondad para que lo que predomine sea el imperio de la fuerza.

Pero aquellos que deciden entrar en el ámbito de la soberanía de Aquél que no la impone, sino que, desde su entrega total por todos, los atrae hacia Sí (Jn 12,32), son los que se encuentran con la mayor libertad, porque por ella no tienen que pagar ningún precio, pues éste ya ha sido pagado. Los que tienen al Crucificado por Rey dependen únicamente de la bondad de Dios, y como solamente ante Él tienen que rendir cuentas, no tienen que andar pendientes de contentar a ningún poderoso.

Los que tienen por riqueza la cruz de Cristo saben que la Providencia divina cuidará de ellos, y por ello no tienen que andar pendientes de compras, sobornos y cohechos. Los que tienen su salud y vida en su muerte afrontan con esperanza las amenazas y coacciones. No es de extrañar que los poderosos quieran convertir en folclore la Semana Santa; da lástima ver cómo muchos, tras el cebo de más humanidad y progreso, se convierten en cómplices de su ahorcamiento. El relativismo nos sojuzgará.

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