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LA LARGA MARCHA DE JIN LUXIAN

Roma juega fuerte en China

A través de diversos canales que nutren habitualmente la información sobre la Iglesia en China, se ha conocido ya el júbilo de los católicos sencillos (de una y otra adscripción), que inmediatamente han iniciado novenas y celebraciones en las iglesias y en las casas, para pedir a Dios que el permiso de viajar a Roma sea concedido a sus obispos.

A través de diversos canales que nutren habitualmente la información sobre la Iglesia en China, se ha conocido ya el júbilo de los católicos sencillos (de una y otra adscripción), que inmediatamente han iniciado novenas y celebraciones en las iglesias y en las casas, para pedir a Dios que el permiso de viajar a Roma sea concedido a sus obispos.
Congregación católica china

Un modesto comunicado, colgado como cada mediodía en la página web del Vaticano, daba cuenta de una serie de nombres elegidos directamente por el Papa como miembros de la próxima Asamblea del Sínodo de los Obispos que tendrá lugar el próximo Octubre. El procedimiento es habitual y la lista recogía una serie de nombres, más o menos conocidos, de eclesiásticos de los cinco continentes; sólo al llegar a la parte final del listado, saltaba la sorpresa. Uno, dos, tres…. cuatro nombres chinos, seguidos de sus respectivas referencias geográficas, desde las famosas Shangai y Xian, hasta la desconocida Qiqihar, en el extremo confín nororiental de China. De los cuatro obispos nombrados, tres gozan de reconocimiento gubernamental para ejercer su ministerio (y por lo que se ve, también de la Santa Sede) y otro ha sido nombrado por Roma sin el visto bueno de Pekín.

Con esta decisión, Benedicto XVI pone de manifiesto tres cosas: que la Iglesia católica está viva en China, cincuenta y cinco años después de la revolución maoísta; que la Sede Apostólica conoce su testimonio y sufrimientos, y dispone para ella un lugar de honor en ese gran concierto eclesial que es el Sínodo; y por último, pero no menos importante, que el Papa entiende que la unidad entre los católicos chinos empieza a superar, de hecho, la división tajante entre católicos patrióticos (reconocidos y encuadrados por el régimen) y católicos clandestinos (fieles a Roma y por tanto perseguidos). Es significativo que uno de los ahora nombrados sea el anciano Jin Luxian, obispo de Shangai, que ha sido el hombre puente entre los católicos patrióticos y Roma durante los últimos veinte años; en más de una ocasión, este jesuita que también sufrió cárcel por la fe, pero que últimamente ha gozado de bastante respeto gubernamental, había explicado que todos los católicos chinos (patrióticos o clandestinos) rezaban por el Papa y se sentían unidos a él. En el otro extremo estaría Wei Jingyi, de Qiqihar, un joven y valeroso obispo que sufre detenciones y arrestos sistemáticos, al no doblegarse a las imposiciones administrativas del régimen.

Iglesia en PekínNaturalmente, falta saber qué reacción provocará esta nómina tras la cortina de bambú. De momento, la Asociación de los Católicos Patrióticos ha manifestado un desabrido rechazo, sin bien en boca de un desconocido segundón. Da la impresión de que los contactos previos con las autoridades político-religiosas habían cosechado un “no” con la boca pequeña, ante lo que la Santa Sede se ha decidido a pisar el acelerador haciendo públicos los nombres, y forzando al gobierno chino a tomar postura públicamente. Uno de los mayores expertos en la materia, el P. Bernardo Cerverella (Director de AsiaNews) cree que el rechazo de los patrióticos puede deberse al hecho de haber quedado fuera de juego, y a la sospecha de que Roma y Pekín hablan con más fluidez de lo que se pensaba. En todo caso, ni siquiera un experto como Cerverella se atreve a pronosticar qué responderá el gobierno de Hu Jintao a la invitación del Papa, que la propia Santa Sede ha explicado como “un gesto cálido y amistoso hacia China”.

A través de diversos canales que nutren habitualmente la información sobre la Iglesia en China, se ha conocido ya el júbilo de los católicos sencillos (de una y otra adscripción), que inmediatamente han iniciado novenas y celebraciones en las iglesias y en las casas, para pedir a Dios que el permiso de viajar a Roma sea concedido a sus obispos. El Gobierno sabe que eso significaría el comienzo de una normalización que probablemente conduciría a suprimir la barrera que aún divide a “clandestinos” y “patrióticos”, unidos en el fondo por la profesión de fe común y por la obediencia, tácita o proclamada, al Papa.

Por supuesto, quedan muchos nudos que desatar: la cuestión de Taiwán, el sistema de nombramiento de obispos, y la espinosa reconciliación entre los católicos que han padecido durísimas persecuciones y los que han gozado de un modesto confort a la hora de vivir su fe. En esta historia las agendas de Pekín y de Roma se rigen por pautas muy distintas. China tiene a la vuelta de la esquina los Juegos Olímpicos, está cada vez más integrada en el mercado internacional y hay instituciones como el Parlamento Europeo que ya le piden abiertamente cuentas sobre el estado de la libertad religiosa, así que cerrar de una vez el incómodo dossier de los católicos podría ser políticamente útil. Roma quiere cuidar a sus hijos más vulnerables, desea recomponer la unidad de la Iglesia en el Celeste Imperio, y contempla ya el desafío de un continente en pleno desarrollo sobre el que pesan el lastre del comunismo y los espejismos de una prosperidad frágil y desequilibrada. Es ahí donde los católicos chinos están llamados a realizar su larga marcha…. Y aún no sabemos si se abrirá el cerrojo en la cortina de bambú.
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