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TRABAJO Y FE

Sentir la Iglesia

Roma es siempre una garantía de un viaje gratificante. Allí nos cruzamos con gente de todas partes, hablando todos los idiomas; gente que convive, espera, canta, admira, reza, descansa y se divierte como una sola humanidad. Esta experiencia se repite una y otra vez.

Roma es siempre una garantía de un viaje gratificante. Allí nos cruzamos con gente de todas partes, hablando todos los idiomas; gente que convive, espera, canta, admira, reza, descansa y se divierte como una sola humanidad. Esta experiencia se repite una y otra vez.
Roma
No digo que haya que ir a Roma para sentir la Iglesia o que allí se sienta la Iglesia más que en otros lugares. Siento la Iglesia en los más cercanos, en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la parroquia, en los pobres, cuando camino por la calle y viajo en el tren; sentir la Iglesia es caminar con los mismos sentimientos de Cristo, es percibir su presencia y mediación en la historia y en los diversos escenarios públicos.
 
La Iglesia, experta en humanidad, como dijo Pablo VI ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, ha ayudado a forjar la Europa de la dignidad de la persona, la libertad, los derechos humanos y la democracia. Hoy, Europa sufre una importante crisis y la Iglesia tiene la obligación y la misión de seguir iluminando, y lo hará mejor en la medida en que no pierda la conciencia de su identidad y su fundamento: Cristo Jesús. Seguirle es garantía de encontrar el camino, la verdad y la vida.
 
Contrariamente a lo que pueda pensar la España gubernamental nacida de la masacre del 11-M, la Iglesia se siente en Europa y no se discute su carta de ciudadanía. Permítanme esta breve reseña para contextualizar mi reflexión. Del 30 de junio al 3 de julio se celebró en Roma, en la Universidad Pontificia Lateranense, el III Simposio Europeo de Profesores Universitarios organizado por el Vicariato de Roma, con el Alto Patronato del Presidente de la República Italiana, en colaboración con el Ministerio de Educación, Universidades e Investigación, el Ministerio del Trabajo y de las Políticas Sociales y el Ministerio de Actividades Productivas. Estuvimos presentes casi 500 profesores universitarios de 27 países, reflexionando y compartiendo estudio y experiencia en torno al tema "Ora et labora: el trabajo en Europa".
 
Fue un extraordinario laboratorio de pensamiento interdisciplinar. Las sesiones plenarias estuvieron a cargo de excelentes ponentes: el Cardenal Camilo Ruini, Vicario de Su Santidad para la Diócesis de Roma,  habló sobre la dimensión cristológica del trabajo; los Profesores Pierpaolo Donati (Bolonia), Edmond Malinvaud (Paris) y Lorenzo Ornaghi (Milán) hablaron, respectivamente, sobre el trabajo y la persona humana, el trabajo y los nuevos retos de la realidad económica, y el trabajo, la sociedad y las instituciones; el Cardenal Renato Martino, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, ofreció una amplia reflexión por un humanismo del trabajo a nivel planetario; finalmente, sobre Iglesia y universidad: un nuevo diálogo para una nueva cultura del trabajo en Europa, hablaron los Profesores Gerda Gabriel (Viena), José Raga (Madrid) y Mons. Giampaolo Crepaldi, Secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz.
 
Además, se han presentado cerca de 360 comunicaciones en nueve sesiones paralelas sobre las cuestiones más relevantes: trabajo e instancias éticas fundamentales; el trabajo y la familia; el trabajo y el bienestar psicofísico; trabajo, empresa y realidad económica; trabajo, sociedad civil e instituciones; el trabajo, la doctrina social y los movimientos católicos europeos; el trabajo intelectual: dimensión literaria, artística, cultural; la Universidad, la investigación, la formación y el trabajo; y trabajo y comunicación.  
 
Hoy hablamos mucho del trabajo, como una preocupación ineludible, y nos referimos casi exclusivamente al sector de la población activa y  productiva, la que aporta rentabilidad económica y financiera al sistema socioeconómico. No obstante, es necesario dejarse interpelar por el fenómeno del desempleo, que es una grave plaga social en muchas naciones de Europa, y el trabajo infantil, a los que podríamos añadir las situaciones laborales no tradicionales: los trabajadores con contratos atípicos, precarios, los trabajadores que pierden su trabajo por la fusión y deslocalización de las empresas, los estacionales y los despedidos por falta de cualificación profesional.
 
A estas nuevas situaciones hay que añadir también los problemas relacionados con los crecientes flujos migratorios. Se pide a la Iglesia hacer presente que el trabajo es un bien del cual toda la sociedad debe hacerse cargo. Como dice Juan Pablo II en la Exhortación postsinodal Ecclesia in Europa 87, esto presenta un reto a nuestro servicio al Evangelio de la esperanza, que debe ser resuelto con una cultura de la acogida.
 
Pero hoy, hay también una realidad nueva en aumento: vivimos en una sociedad del ocio, con más tiempo liberado de cargas familiares y laborales. A la vez, los trabajadores alcanzan la prejubilación en plena actividad productiva; la  ancianidad se percibe y se vive de manera más gratificante, y la viudedad es cada día más fecunda en posibilidades. Estas características demográficas, entre otros factores, favorecen una realidad en crecimiento, no menos importante para el sistema económico y la convivencia social: el trabajo no remunerado, como el trabajo doméstico realizado en casa (en labores domésticas, educación de los hijos, cuidado de los ancianos y enfermos); y el trabajo realizado por voluntarios (en los ámbitos de la cultura, la salud, la educación, el desarrollo, etc.). Se trata de un trabajo materialmente idéntico (profesional, productivo, etc.) pero reglado no por el mercado sino por la solidaridad. No quiero decir que el mercado y la solidaridad son realidades antagónicas e irreconciliables; sino que son dos realidades distintas que organizan el factor trabajo en la vida socioeconómica y política de la comunidad local, nacional y mundial, desde parámetros éticos, sociales, familiares y educativos propios.
 
El trabajo, como una dimensión fundamental de la existencia humana, integra las exigencias de una concepción integral de la persona como sujeto, principio y fin de toda la vida económica y social, como recuerda el n. 63 de la Constitución Pastoral Gaudium et spes. Además, el trabajo posee una intrínseca dimensión social. Trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros. De este modo, desde la interdependencia creciente experimentada en la estructura del trabajo, esta dimensión es vivida en categoría ética como solidaridad laboral, aspecto destacado en Laborem exercens 5.
 
Sean cuales fueren las transformaciones en el mundo del trabajo, el verdadero protagonista es y debe ser siempre el hombre. Con su actividad, el hombre y la mujer reciben el encargo de cuidar de modo creativo y responsable todo aquello que favorezca el crecimiento de la persona, la familia, las organizaciones, en definitiva, de toda la familia humana. El llamamiento de Juan Pablo II a valorar la dimensión subjetiva del trabajo define la prioridad de la persona, porque el trabajo procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación.
 
Se entiende, pues, el tema y la actualidad de este III Simposio de Profesores Universitarios. "Ora et labora" es una de las referencias del alma de Europa. Sólo por ignorancia teórica y arrogancia práctica se entiende lo que dijo en su día Zapatero, que, con la Constitución (se refería al Tratado hoy semimuerto), Europa había recuperado su alma. "Ora et labora" es un emblema de las raíces de Europa: el trabajo y la contemplación van unidos; el trabajo del hombre y la obra de Dios no están enfrentados; no hay contradicción, rivalidad u oposición entre ambos. San Benito y los caminos de la evangelización de Europa, Benedicto XVI y la salvaguarda de las raíces cristianas de Europa son asociaciones que evocan la perennidad de la fe cristiana más allá de las crisis.
 
 
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social "León XIII"
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