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EL PLAN ETARRETXE

Ser ciudadano

El final del año 2004 resultó a la par significativo y preocupante: a un tiempo, se aprobó el Plan Etarretxe, el anteproyecto de ley del pseudomatrimonio de homosexuales –no entiendo cómo caen en la trampa lingüística de hablar de matrimonio en este caso los que están en contra– y lo del reglamento para regularizar inmigrantes. Todo ello, en conjunto y por separado, muy manifestativo de una nación en desintegración y de una sociedad en decadencia.

El final del año 2004 resultó a la par significativo y preocupante: a un tiempo, se aprobó el Plan Etarretxe, el anteproyecto de ley del pseudomatrimonio de homosexuales –no entiendo cómo caen en la trampa lingüística de hablar de matrimonio en este caso los que están en contra– y lo del reglamento para regularizar inmigrantes. Todo ello, en conjunto y por separado, muy manifestativo de una nación en desintegración y de una sociedad en decadencia.
Xabier Arzalluz y el presidente autonómico vasco (archivo).
Decía Unamuno, y permítaseme la larga cita: "No acierto a explicarme un sólido patriotismo sin una cierta base religiosa. Claro está que no quiero decir precisamente base dogmática de una Iglesia determinada, sino que no me explico una patria que sea tal, un pueblo que tenga un cierto vislumbre de su misión y papel en el mundo no siendo que su conciencia colectiva responda, aunque sea por manera oscura, a los grandes y eternos problemas humanos de nuestra finalidad última y nuestro destino".
 
Muchas veces me da la impresión de que nuestra vida nacional sufre la tendencia de quedar reducida a un cercado de seguridad y riqueza dentro del cual cada uno pueda hacer lo que le venga en gana con el límite de no dañar a otro, excepción hecha de los nascituros y, en el futuro, tal vez los inútiles. Por cierto, que ésta es también la impresión primera que he tenido al leer De la definición y los objetivos de la Unión, que es un apartado de ese tratado internacional que llaman 'Constitución Europea'. Y claro, cuando una nación deja de ser una vida colectiva con una misión y un destino, difícilmente puede esperar tener continuidad en la historia como tal nación.
 
El hombre necesita preguntarse siempre para qué vivir, y siempre se lo pregunta con otros hombres, porque con ellos inevitable y necesariamente tiene que hacer su vida. Tal vez una nación, en su esencia más profunda, no sea otra cosa sino el intento que unos hombres hacen de nacer, de dar a luz conjuntamente un sueño de humanidad, de ir pariendo en el mundo, con el roce del vivir diario de unos con otros, aquello que creen que es la mejor manera de ser hombres. Por eso, una nación es vigorosa cuando es un permanente renacer del hombre hacia su plenitud; la de todos, pues el sentido de la existencia tiene siempre vocación universal. Nación es un modo de estar dando a luz un modo de ser hombre.
 
Por ello, la propuesta de secesionismo patente del nacionalismo vasco y la latente del catalán no son situaciones tan faltas de gravedad que merezcan simplemente un decir que no pasa nada. Son algo que nos afecta profundamente a todos y a cada uno de nosotros, pues el hombre lo es siempre en una convivencia social determinada. Esta dimensión social del hombre hace precisamente que, aunque es verdad, como nos ha dicho Unamuno, que no hay un sólido patriotismo sin base religiosa, no menos cierto es que un cristiano no puede ser tal si no es un ciudadano, por consiguiente, sin ser responsable de su sociedad.
 
Así pues, por muy necesario que sea, es insuficiente, no solamente en este caso sino en todos, que nos conformemos con los análisis políticos que se puedan hacer o las medidas que se puedan tomar o las decisiones jurídicas que se puedan adoptar. Ni tan siquiera es suficiente, aunque sea ciertamente necesario, que la Conferencia Episcopal haya sacado una nota el pasado viernes para aclarar la dimensión moral de este problema, pues no basta que las cosas se analicen únicamente desde un punto de vista político, legal o constitucional. Un creyente nunca puede conformarse con vivir pasivamente los avatares de su sociedad, esperando que todo le venga dado y que sean otros quienes le saquen las castañas del fuego. Una actitud tal es una traición a la propia condición humana y es, precisamente por eso, también una negación de la propia esencia fiducial, porque ser cristiano es ser hombre con todas las consecuencias y en todas sus dimensiones. Quien necesita ser ciudadano para poder ser, al querer ser, tiene que querer ser ciudadano.
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