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EL ARZOBISPO DE GRANADA ANTE LOS TRIBUNALES

Sin reserva ni medida

La noticia de que el arzobispo de Granada deberá afrontar ante un juez las acusaciones de uno de sus curas, produce ya el regocijo de numerosas tribunas. Será la primera vez que un obispo se siente en el banquillo en la reciente historia de España, y eso sin duda excita las oscuras pulsiones de algunos. Pero más allá del morbo periodístico, aquí está en juego la integridad y la fama de un buen pastor de la Iglesia, y a la larga, la posibilidad misma de que ésta sea conducida con libertad y de acuerdo con su propia naturaleza.

La noticia de que el arzobispo de Granada deberá afrontar ante un juez las acusaciones de uno de sus curas, produce ya el regocijo de numerosas tribunas. Será la primera vez que un obispo se siente en el banquillo en la reciente historia de España, y eso sin duda excita las oscuras pulsiones de algunos. Pero más allá del morbo periodístico, aquí está en juego la integridad y la fama de un buen pastor de la  Iglesia, y a la larga, la posibilidad misma de que ésta sea conducida con libertad y de acuerdo con su propia naturaleza.
Monseñor Javier Martínez

Empecemos por decir que un arzobispo no puede sustraerse al imperio de las leyes, como cualquier ciudadano. Monseñor Martínez ha cumplido escrupulosamente con todos los pasos del proceso, desde que un sacerdote que ocupaba un cargo de responsabilidad en la diócesis granadina perdiera su confianza, y como consecuencia de su remoción, formulase una serie de graves acusaciones contra su arzobispo en sede judicial.

El pasmo fue general, pues el recurso a los tribunales convertía la desobediencia y rebeldía del cura en algo escandaloso para la conciencia eclesial. Desde entonces, el asunto nutre abundantes páginas de la prensa local, y ha sido aprovechado por tribunas tan influyentes como los editoriales del diario El País para alancear los fantasmas de unos supuestos privilegios de la Iglesia en España que sería urgente abatir de una vez por todas.

Pero más allá de los interesados delirios de El País, aquí no se ventila una cuestión de privilegios, y el arzobispo lo ha demostrado con creces a lo largo de un proceso que, por tantos motivos, se ha convertido en un calvario para él. El propio fiscal encargado del caso ha pedido en reiteradas ocasiones el archivo de la causa, al no encontrar fundamento para las acusaciones de calumnias, coacciones y daños psicológicos, presentadas por un cura cuya actitud en estos meses hace comprender fácilmente la pérdida de confianza de su superior. Pues bien, a pesar de la contundente posición del ministerio fiscal, el arzobispo se sentará finalmente en el banquillo. Menudo privilegio.

Javier Moreno, director de 'El País'Al contemplar estos días cómo se arrastra en los medios la figura de Monseñor Martínez por parte de personajes ramplones y de bajo vuelo, no puedo dejar de evocar su trayectoria humana y cristiana, que he tenido el privilegio de seguir de cerca. En su rica personalidad se entrelazan el intelectual con el hombre de acción, el traductor de los textos siríacos de San Efrén con el montañero que se aventura con un grupo de jóvenes por las barrancas de los Picos de Europa, el lector de Bernanos y Peguy con el polemista apasionado sobre cualquier tema de actualidad. Estando con él se comprendía fácilmente que nada de lo humano nos es ajeno.

Durante su estancia en Madrid promovió intensamente la pastoral universitaria, el diálogo intelectual y la presencia en los medios de comunicación. De su fecunda iniciativa nacieron obras como el semanario Alfa y Omega y el Instituto San Justino de filología clásica y oriental. Nunca se ha encerrado en su despacho o se ha protegido tras la curia. Su campo, como diría el evangelio de Mateo, es el mundo, y así lo ha demostrado siempre, buscando a los más alejados, dialogando con los jóvenes, discutiendo franca y amistosamente con los políticos de cualquier signo, acogiendo lo mejor del cristianismo oriental y del legado de la Reforma. Sus últimos años en Córdoba y Granada le han permitido abordar con libertad y perspicacia el gran reto de la relación con el Islam.

Es cierto que con frecuencia resulta difícil para sus colaboradores seguir su ritmo, aceptar sus grandes horizontes, descender a la tierra de lo concreto sus innumerables proyectos. No faltará quien le reproche un exceso de idealismo, escaso cálculo político, y en ocasiones un celo tan ardiente por la causa del Evangelio que le mete de lleno en conflictos políticamente incorrectos, especialmente para un obispo. Y seguramente hay algo de verdad en todo ello. Pero con sus aciertos y sus errores, a Monseñor Javier Martínez sólo le ha movido en su intensa vida el amor a Jesucristo y a su Iglesia, por cuya libertad estaría dispuesto a perderlo todo.

Siempre permanecerá como un misterio el sufrimiento injusto de los mejores. Siempre nos apesadumbrará, como decía De Lubac, ver crecer la planta de la insidia, de la envidia y de la calumnia, precisamente en la tierra bendita de la Iglesia. Pero la verdad y la belleza de la fe sembrada a manos llenas, tampoco dejan de ofrecer su fruto en la historia, y a través de múltiples penalidades, terminan por mostrarnos su victoria. Por eso estoy seguro de que, en esta hora de prueba, le acompaña la gratitud y la oración del buen pueblo de Dios, al que siempre ha servido sin reserva ni medida.

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