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23 NUEVOS CARDENALES

Su única gloria

Rostros curtidos, algunos surcados de arrugas, conmovidos ante la presencia del hombre que calza las sandalias del pescador. La mano extendida, para que el obispo de Roma les introdujese el anillo cardenalicio, un anillo que no deja espacio a las falsas ilusiones, pues en su dorso figura la crucifixión del Señor. "Será para siempre una invitación a recordar de qué Rey sois servidores", les dijo el Papa antes de abrazarlos uno a uno.

La propia ceremonia, con sus gestos y palabras, supone una purificación intensa de la imagen principesca que acompañó durante algunos siglos al cardenalato. Las palabras de Benedicto XVI han sido esta vez, especialmente hermosas, especialmente sentidas, quizás también, especialmente duras. La fecha elegida, en torno a la fiesta de Cristo Rey del Universo, propiciaba la meditación sobre la realeza de Cristo, cuyo trono fue el madero de la cruz. Por eso el Papa lanzaba una advertencia que puede resultar amarga en un bello día de celebraciones, cuando hasta los poderosos del mundo halagan a los que han sido elegidos para vestir la púrpura: "todo auténtico discípulo de Cristo, sólo puede aspirar a una cosa, a compartir su pasión sin reivindicar recompensa alguna".

Ese es el único camino de los que han dicho sí a la vocación apostólica, y desde luego el Papa no quiso disfrazarlo con estériles diplomacias, al añadir que "no debe caracterizar cada uno de vuestros gestos y palabras la búsqueda del poder y del éxito, sino la humilde entrega de sí mismo por el bien de la Iglesia". Por si acaso, la lectura del Evangelio elegida para el Consistorio relataba la discusión de los apóstoles sobre los primeros puestos en torno al Maestro, y la dura corrección de Jesús: ¿sois capaces de beber el cáliz que voy a beber? "La verdadera grandeza cristiana – recordó el Papa – no consiste en dominar, sino en servir... el Señor os pide y os confía el servicio del amor... con la máxima e incondicional entrega, hasta el derramamiento de la sangre". Ese y no otro, es el honor que significa la púrpura.

Todo esto sería simplemente intolerable, imposible de sobrellevar, si no partiese de la experiencia de un gran amor encontrado, de un amor que no nace de la carne ni de la sangre, y que sostiene toda la vida. Por eso Benedicto XVI eligió las palabras del profeta Samuel para definir la vida de los integrantes de extraño colegio esparcido por los confines de la tierra: "nos consideramos como tus huesos y tu carne, Señor", porque sólo en la amistad íntima con Jesús cobra sentido la dignidad conferida y la pesada responsabilidad que comporta.

Ahora cada uno de los cardenales ha vuelto a casa, junto al pueblo que tienen confiado, en medio de una sociedad compleja y ruidosa en la que los cristianos, muchos o pocos, son como la levadura dentro de la masa, porque conocen la promesa que todo corazón espera. Cada uno se ha llevado, entre los ecos de la fiesta, la invitación dulce y apremiante dirigida por el Sucesor de Pedro: "Cristo os pide que confeséis ante los hombres su verdad, que abracéis y compartáis su causa, y que hagáis esto con dulzura y respeto, manteniendo la conciencia limpia". Esa será su paga y su única gloria.

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