Menú
ESTADO E INSTITUCIONES BENÉFICAS

Subvencionar la caridad, segundo asalto

Las instituciones benéficas se fundan generalmente con nobles ideales y metas. Pero lo difícil viene cuando aquellos que están detrás de la buena causa deben hacerse con dinero contante y sonante para financiar sus obras caritativas.

Las instituciones benéficas se fundan generalmente con nobles ideales y metas. Pero lo difícil viene cuando aquellos que están detrás de la buena causa deben hacerse con dinero contante y sonante para financiar sus obras caritativas.
Representación de la caridad

Uno siempre supone que hay benefactores encantados de apoyar alguna causa en el mundo que nos rodea. Pero raramente aparecen de la manera que usted se imagina. Lleva años cultivar una base de financiación, y además existe la posibilidad siempre latente de tomar decisiones desafortunadas que no den buen resultado: Los gastos caros en envíos por correo que no generan réditos, viajes que resultan inútiles, campañas para recaudar fondos que no despiertan interés. La labor de encontrar financiación para obras benéficas es más difícil de lo que parece. Uno cree en su causa, pero convencer de sus bondades a otros es algo enteramente distinto.

Aquí es donde las subvenciones estatales pueden aparecer como una seria tentación. Parece fácil al principio. Basta rellenar impresos (muchos ejemplares) y luego esperar. Después se rellenan más impresos, y uno se compromete a acatar sus muchas condiciones. Uno se somete a cierto grado de supervisión, y por tanto sacrifica algún grado de independencia. Administrar la subvención se convierte en un trabajo en sí mismo. Incluso se acaban dedicando recursos para contratar a alguien que lo haga. Puede que la subvención finalmente aparezca, pero ¿es la institución benéfica la misma que uno imaginó al principio? ¿Cuántas de sus operaciones ha quedado menoscabadas por el deseo de contar con un presupuesto pródigo y seguro?

Ésta es la razón por la que nunca he sido partidario de las iniciativas federales para instituciones religiosas promovidas por la administración Bush que dan derecho a que las instituciones benéficas reciban fondos federales. Las instituciones benéficas con una misión religiosa no deberían estar mezclándose con toda esa burocracia, toda esa regulación y todas esas reglas para su propia administración interna. Tampoco deberían hacerse dependientes del contribuyente. Una cosa así desvirtúa la misión institucional de la caridad. Simplemente no vale la pena.

También me preocupa la repercusión inevitablemente negativa que la asociación Iglesia-Estado tiene en la opinión pública. En la arena pública, es algo normal que los contribuyentes no miren con muy buenos ojos a esas instituciones cuando viven de los impuestos del Estado. Cuando las escuelas católicas aceptaron dinero del Gobierno a finales del siglo XIX, se desató una siniestra reacción pública que suscitó un odio hacia los católicos que duró muchas décadas. O piense en la manera en que la gente reacciona a la noticia, publicada en algún diario local, de las iniciativas evangélicas en alguna escuela subvencionada.

La lección de esta larga historia es que si en los EE.UU. uno quiere realizar obras motivadas por la religión, es mejor hacerlo con dinero propio. Es lo que la cultura americana espera; es una creencia muy profundamente arraigada en nuestra historia y praxis actual. Creo que hacerlo así es lo mejor para el bienestar de la religión y del Estado. Todos nos beneficiamos al mantener la religión separada del sector público para que pueda crecer mejor, prosperar y transformar la sociedad.

Barack Obama en un acto electoral en una iglesiaHe aquí la razón por la que regreso a este tema. Barack Obama ha anunciado que le gusta el programa de financiación pública para instituciones religiosas que promueve el presidente Bush. De hecho, quiere ampliarlo. Es muy interesante comprobar lo feliz que parece al emplear el lenguaje de los conservadores: "Sé que hay algunos que se enojan ante la idea de que la fe tiene un lugar en la arena pública. Pero el hecho es que los líderes de ambos partidos han reconocido el valor de una asociación entre la Casa Blanca y las instituciones religiosas".

Pero luego le da la vuelta al asunto para que sirva a sus fines: "Los retos a los que nos enfrentamos hoy, desde la creación de puestos de trabajo para los parados a la mejora de nuestras escuelas, pasando por la salvación de nuestro planeta, el combate contra el VIH/SIDA y el fin de los genocidios, son simplemente demasiado grandes para que el Estado los solucione solo. Necesitamos que todos se pongan manos a la obra".

Observe que su presunción implica que si el Estado no financia algo es que no se está haciendo –que si políticos y burócratas no están involucrados, no todos están trabajando–. Contrariamente a lo que Bush y Obama parecen creer, es posible tener a gente ocupada usando sobre todo dinero privado. Sólo porque los contribuyentes no estén pagando la cuenta no significa que no esté sucediendo nada y que no se estén cambiando las cosas. ¿Por qué buscan los políticos ante todo a las instituciones religiosas benéficas? Porque saben que tenemos un secreto a la hora de ver por los pobres: Nuestra fe. Cuando nuestra fe se ve enredada con la política, sólo acaba en su debilitamiento y en componendas.

En cierto modo, no debería sorprendernos que a Obama le guste esta idea. Es parte de su aparato intelectual y del partido al que representará en las elecciones. Él tiene su fe puesta en el Estado y en toda su parafernalia. Jamás pierde la oportunidad de decir algo bueno sobre el sector público. Esto concuerda con su filosofía. También es una buena política, como reconoció el presidente Clinton. El que un demócrata salga a favor de la religión ayuda a disipar el estereotipo y tranquiliza a los votantes de clase media, quienes podrían inquietarse ante los objetivos culturales de los demócratas.

Por tanto, más culpa tienen los republicanos, que ya deberían saber todo eso, algo que llevo diciéndole a la actual administración desde sus inicios. Los republicanos tienden a poseer un mayor entendimiento de la economía y un conocimiento más amplio de los peligros que corren las instituciones al hacerse dependientes de la financiación pública. Si Bush no hubiera puesto tanto empeño trabajando en este programa de colaboración con las instituciones religiosas, no estaría ya establecido de forma tal que permita a cualquier futura administración demócrata hacerse con él y usarlo para sus propios fines.

Ciertamente hay una lección en todo esto, tanto para las instituciones benéficas como para la política. Es necesario que las instituciones benéficas permanezcan lejos de la política si quieren mantener su integridad institucional y hacer su trabajo de una manera coherente con sus ideales. Los intereses a largo plazo de una institución benéfica son mejor servidos por una fuente independiente y privada de ayuda financiera, incluso si toma más tiempo en desarrollarse que una institución que vive de los contribuyentes.

Y es necesario que los políticos dejen de usar el ámbito de las iniciativas caritativas como si se tratara de un partido de fútbol. Es mejor que faciliten las donaciones (quizás bajo la forma de amplias deducciones fiscales personales y corporativas) para que la gente y las empresas puedan patrocinar obras de caridad dignas de apoyo. Son muchas cosas las que están en juego para que nos andemos con esta clase de apuestas. 

Acton InstituteEl padre Robert Sirico es sacerdote católico y presidente del Instituto Acton para el Estudio de la Libertad y la Religión en Grand Rapids, Michigan.

*Traducido por Miryam Lindberg del original en inglés.

0
comentarios