Esto no es solamente un fenómeno carpetovetónico. Recientemente, por ejemplo, el cardenal Julián Herranz acusó de "crear odio contra la Iglesia católica" a algunos partidos políticos italianos. En Roma, en el acostumbrado concierto de rock que organizan los sindicatos con motivo del primero de mayo, el presentador del mismo, Andrea Rivera, hizo algunos comentarios subidos de tono contra el Papa. El etcétera podría resultar casi interminable, pues los casos, como se sabe, menudean.
Los hechos son los que son, la cuestión es qué respuesta reclaman los mismos. Una posibilidad es, por supuesto, la venganza ilimitada, como fue el caso de las caricaturas de Mahoma o como es el terrorismo de corte islamista. Otra respuesta más mesurada es la de la ley del talión, es decir, hacer al ofensor tanto mal como el recibido de él. En el extremo opuesto, estaría el encajar pasivamente las ofensas, en un entendimiento no demasiado inteligente del sermón de la montaña. Porque de lo que se trata es de responder de modo que la manera de hacerlo no sea autodestructiva, es decir, que no vaya en contra de aquello que se quiere defender. O, simplemente, que se quiere.
Hace ya algún tiempo, Vittorio Messori viene abogando por la creación de una organización, a semejanza de las que hay en otras confesiones y religiones, principalmente el judaísmo, que se encargase de dar respuesta a esta situación. En Italia, está naciendo, por iniciativa de un grupo de intelectuales católicos, la Catholic Anti-Defamation League (Liga Católica Antidifamación), cuyo primer presidente es Pietro Siffi. ¿Por qué nace? Porque, en sus propias palabras, "queremos combatir un proceso que está intentando cancelar la religión de un modo artificial, pintándola como una enfermedad social. Hay demasiadas agresiones contra los católicos, precisamente en estos tiempos en los que todo el mundo pide respeto para su religión o su colectivo".
Piensan promover una serie de acciones. En el plano social y político, tratarán de sensibilizar a la opinión pública y a los católicos; promoverán leyes que sirvan para hacer respetar a la Iglesia católica y a sus miembros; asimismo, acciones legales contra quienes ofendan la sensibilidad de los católicos y, cómo no, el boicot de los productos publicitados a base de ofensas. Y como "la difamación también consiste en la difusión de informaciones inexactas o en la publicación de hechos históricos falsos o fantasiosos que afectan a la Iglesia de manera no veraz, tendenciosa o con datos erróneos", las actividades de esta Liga también tendrán carácter cultural.
Más de uno pensará: "¡Ya era hora!" Y no me extrañaría nada que se creara el clónico español que se uniera federativamente al original italiano y a cuantos surjan en otros países. Es verdad que hay un problema, pero ¿es está la mejor solución? Lo de "anti" es muy significativo. Mi lectura de los hechos, que no niego, es distinta. Pienso que la ocasión presente es muy apropiada, pero no para defender la Verdad; ella nos defiende y se defiende muy bien solita, porque, como decía Santa Teresa, "la verdad padece, pero no perece". Es momento para tomar ocasión en las ofensas y dar razón de nuestra esperanza y manifestar la verdad (1Pe 3, 13-16).
Las actuaciones "anti" suelen ser reactivas y, por tanto, van al compás que los otros marcan. Además, lo "anti" facilita el mirarse al ombligo y el ver al otro como enemigo, cuando en realidad es alguien que, más que una palabra "anti" (apo-logos), lo que necesita es una palabra "pro" (pro-logos). La Buena Nueva requiere no responder como responden otros, por civilizadamente que lo hagan, sino hacerlo con una palabra nueva.