En todo caso, hay un aire patético y surrealista en esta representación teatral de un Gobierno y un partido, que supuestamente han salido en tromba a defender la democracia frente a los peligros de un neoconfesionalismo católico. Si no fuese por los fantasmas de nuestra historia, sería de carcajada.
La cuestión de fondo a la que me refiero es que Zapatero y su entorno no soportan la resistencia cívica, tan pacífica pero elocuentemente plasmada en la plaza de Colón, a su proyecto cultural. Es significativo lo que el presidente responde a Suso de Toro en la página 150 de su libro Madera de Zapatero. Retrato de un presidente: "…saben que hay un proyecto, se han dado cuenta de que hay un proyecto de alcance en valores culturales, y por tanto ideológicos, que pueden definir la identidad social, histórica, de la España moderna, por mucho tiempo".
Efectivamente, la pretensión de un cierto entorno intelectual del presidente consiste en dar una nueva identidad a la España moderna, y eso implica (lo vemos día a día y página a página en El País) derrotar cultural y políticamente al factor católico que pervive en la sociedad española. Una celebración como la del 30-D, viene a decirle a ZP que las cosas no son tan sencillas, y que el experimento histórico del que se muestra tan orgulloso encuentra una resistencia notable, más aún si pensamos que no goza de ningún soporte mediático de masas, excepción hecha de la COPE.
En un gesto habitual en él, Zapatero se ha puesto digno y ha buscado una frase célebre para decirnos que en el ADN de la democracia está no imponer a nadie la fe, ni la moral, ni las costumbres. Bien dicho, Presidente. Lo que ocurre es que podríamos recomendarle aquello de mirar la viga en el propio ojo antes de denunciar la paja en el ajeno. La concentración del 30-D ni podía ni quería imponer la fe o la moral a nadie. Sencillamente fue un testimonio coral, festivo y razonado, del valor de la familia tal como lo reconocen y experimentan millones de personas en la España que gobierna Zapatero. Ni el canto, ni la oración, ni los discursos pueden traducirse en una presión sobre la conciencia de nadie, y tampoco sobre el sistema democrático y sus procedimientos.
Por el contrario, este Gobierno sí que ha utilizado su poder para intentar modelar las convicciones morales compartidas por la sociedad: una legislación que ha roto consensos básicos sobre cuestiones vitales como el matrimonio y la familia, la imposición de una asignatura obligatoria de formación moral de las conciencias, y unos medios públicos al servicio del proyecto gubernamental. Lo que está en el ADN de la democracia es que el poder político no se constituya en fuente de los valores, y no pretenda imponer su visión del mundo al conjunto de una sociedad a la que coyunturalmente gobierna.
Según parece, lo que más ha irritado a Zapatero ha sido la afirmación del Cardenal Rouco de que se ha producido un retroceso respecto a lo afirmado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos en cuanto a la familia. La pretensión del progresismo bobalicón no puede aceptar ni siquiera la posibilidad de un retroceso de esa naturaleza, porque cree en el dogma del avance irreversible de la historia. Pero si hablamos del matrimonio, del derecho a la vida, o de las nuevas fronteras de la bioética, la cuestión sobre si se avanza o se retrocede es crucial para el futuro de nuestras democracias avanzadas. Sólo una estupidez pueril o una soberbia espantosa pueden despachar de un plumazo un debate que ocupa a los mejores pensadores occidentales. En todo caso, si un cardenal de la Iglesia no pudiera cuestionar públicamente la evolución de nuestra legislación en una materia de hondo calado moral como es la familia, estaríamos en un escenario verdaderamente preocupante para nuestra democracia. Por suerte lo puede hacer y lo hace, aunque sea a costa de una denigración pública de dimensiones alucinantes, como hemos visto la pasada semana.
Pero junto al problema de fondo, hay que contemplar también los intereses electorales de un PSOE que busca desesperadamente movilizar hasta el último de sus votos posibles, pensando que la excitación de los viejos fantasmas de una Iglesia que busca imponer su visión de las cosas, puede reportarle algunos beneficios en una franja de la izquierda que nunca se ha curado de los tópicos más rancios. Y así es como el complejo PRISA-PSOE ha diseñado en el tránsito del año nuevo una estrategia, tan burda como irresponsable, que incluye la triste colaboración de la autodenominada corriente de Cristianos Socialistas. La estrategia de la provocación está servida, y para afrontarla los católicos españoles debemos mantener la cabeza fría y seguir ejerciendo la libertad, con el testimonio de nuestra propia experiencia ofrecido a campo abierto, y con la construcción de un espacio civil en el que dicha experiencia pueda ser encontrada y verificada por todos.