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Los abrazos rotos

Un bajón en la carrera de Almodóvar

Entre bombo y platillo, Pedro Almodóvar ha estrenado su decimoséptimo largometraje, el más caro de su carrera, pero uno de los más flojos. Rodada entre Madrid y Lanzarote, nos cuenta una historia que transcurre en dos épocas distintas de la vida de Mateo Blanco, un director de cine que en la actualidad se ha quedado ciego y que escribe guiones con el pseudónimo de Harry Caine.

Entre bombo y platillo, Pedro Almodóvar ha estrenado su decimoséptimo largometraje, el más caro de su carrera, pero uno de los más flojos. Rodada entre Madrid y Lanzarote, nos cuenta una historia que transcurre en dos épocas distintas de la vida de Mateo Blanco, un director de cine que en la actualidad se ha quedado ciego y que escribe guiones con el pseudónimo de Harry Caine.

En el pasado, Mateo era un cineasta que rodaba una comedia protagonizada por el amor de su vida, la actriz y prostituta ocasional Lena. Siempre a su lado estaba y está Judith, directora de producción, su incondicional ángel de la guarda. El malo de la película es el productor, Ernesto Martel, que también ama a la atractiva y fatal Lena. En torno a este conflicto de pasiones, Almodóvar teje un entramado de desamores, celos, secretos, rencores y que desembocan en una tragedia no cerrada del todo a la esperanza.

Por un lado, Almodóvar vuelve a tocar la cuestión del padre ausente. Si en Todo sobre mi madre el padre del personaje de Penélope era un hombre mermado por el Alzheimer, aquí lo está por el cáncer terminal. Pero, sin embargo, la búsqueda inconclusa del padre en aquella película, culmina aquí con éxito recomponiéndose un vínculo padre-hijo, aunque sigue ausente un modelo de familia válido. Como siempre, los personajes de Almodóvar están solteros o divorciados o mantienen relaciones atípicas (en este caso, por ejemplo, Judith cuenta cómo tuvo un amante gay, Mateo se acuesta con una mujer sólo porque le ha ayudado a cruzar la calle, o el hijo de Martel está enamorado de Mateo, que además le dobla la edad).

De todo lo dicho se deduce que Almodóvar abandona su tradicional desinterés por los personajes masculinos y encara una historia que tiene en los varones gran parte de su peso dramático. Como siempre ocurre en las películas del director manchego existen varios niveles de lectura o núcleos en torno a los cuales giran las tramas. Además de la paternidad, otro tema es el del cine entendido como catarsis o redención. El personaje de Mateo, ciego y deprimido por un pasado trágico, encuentra en la creación cinematográfica –especialmente en la sala de montaje– la posibilidad sublimadora de cerrar heridas abiertas y superar un pasado trágico: "Aunque no vea, las películas tienen que estar bien terminadas", sentencia el protagonista. Además, Almodóvar hace un homenaje a su propio cine, a la comedia disparatada que le hizo famoso, en la parte final, cuando vemos la película que ha rodado Mateo. Para muchos espectadores será, sin duda, lo mejor del film.

Por otra parte, el tema almodovariano del amor y el deseo vuelve a estar presente en la película. Esta declina varios tipos de amor: el posesivo, que es enfermizo y destructivo y que encarna Martel; el amor de madre soltera –o sea el amor que se tiene en exclusiva, no compartido– que siempre es el amor preferido de Almodóvar, y el más duradero, y que en el film representa Judith; y el amor de la pasión que une a Mateo con Lena, mujer que representa el objeto del deseo. En ese sentido Lena recuerda a muchos personajes de películas como el que la propia Penélope Cruz encarnó en Elegy, o tantas mujeres que se debaten entre el amor obsesivo de un hombre poderosos y el amor sincero de un perdedor (Moulin Rouge, Titanic, La niña de tus ojos...)

Un tema que nunca había estado demasiado presente en el cine de Almodóvar y que apareció en Volver y ahora toma fuerza es el de la conciencia de culpa. Al igual que Woody Allen al llegar a su madurez, aparece en el cine del manchego el peso del mal pretérito en la conciencia del presente. Judith está aplastada por un secreto culpable, y en menor medida, también el hijo de Martel. Pero los agraviados saben perdonar, y en ese sentido, el tono del film, a pesar de sus tintes trágicos, no es negativo, ni cargado de rencor hacia la vida, sino que la última palabra la tiene en cierto modo la alegría de estar vivos y la superación de los errores del pasado.

Decíamos al principio que, a pesar de todo, estamos ante una película menor de Almodóvar, menos rica en el desarrollo de los temas, más irregular en el ritmo y en la fuerza de la puesta en escena, y mucho más errática en sus propuestas, menos fuertes y nítidas que las anteriores. En fin, en Los abrazos ritos, se ve puntualmente el brillo de su autor, pero este no consigue hacer que el film fluya por los cauces del talento demostrado otras veces.

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