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HOMOSEXUALIDAD

Un chiste

Aunque quisiera escribir sobre otras cosas, la actualidad me obliga a volver una vez más sobre el mismo asunto, no suficientemente trillado, pero esto también nos da ocasión para ver otras cuestiones, pues en él convergen muchos de los temas de nuestro tiempo.

Aunque quisiera escribir sobre otras cosas, la actualidad me obliga a volver una vez más sobre el mismo asunto, no suficientemente trillado, pero esto también nos da ocasión para ver otras cuestiones, pues en él convergen muchos de los temas de nuestro tiempo.
Rodríguez Zapatero en Zero
El otro día, con motivo de la aparición de un artículo de J. L. Rodríguez Zapatero en la revista Zero, Ricardo, en El Mundo, ilustraba la noticia con un chiste. En él, entre infernales llamas, aparece un enorme diablo diciéndole a un chamuscado individuo: “Aparte de ser gay tenía usted en su casa la revista Zero, y encima con Zapatero en la portada. ¿Qué esperaba? ¿Ir al cielo?”
 
La frase es muy ilustrativa de un estado de opinión en el que se da por sentada una determinada postura de la Iglesia católica respecto a la homosexualidad. Prescindimos de lo que de Zapatero en el chiste se dice y nos centramos en lo de “aparte de ser gay”, es decir, de alguna manera se deja caer lo que se da por hecho, que la Iglesia condena el ser homosexual. En este tema, como en otros muchos, la opinión pública vive de simplificaciones y, en éstas, suelen quedar mutiladas las distinciones. Pero las cuestiones importantes no se pintan con brocha gorda, sino que por la dignidad del hombre, la Iglesia, y en general cualquier persona sensata, suele saber diferenciar los distintos planos que se dan en ella, pues una cosa es la dignidad de una persona, otra que sea o no homosexual, otra los actos homosexuales y otra la regulación jurídica de una situación de hecho. Para la Iglesia, como no puede ser de otra manera, todos los hombres, sean varones o mujeres, tienen la misma dignidad. El hecho de que alguien experimente una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia alguien del mismo sexo no disminuye para nada su dignidad ni convierte a la persona en mala, ya que esto es algo previo a las decisiones libres y responsables que cada cual pueda tomar. Estas tendencias aunque son importantes a la hora de valorar un determinado comportamiento, sin embargo, propiamente son previas a lo estrictamente moral. Por ello, el magisterio de la Iglesia, con frecuencia, exhorta a no tener ni tan siquiera un signo de discriminación injusta hacia los homosexuales, es más, lo propio del cristianismo es amar a todos.
 
Que haya personas con esas tendencias, es decir, que haya homosexuales es un hecho. Pero lo que, desde un punto de vista científico, no está nada claro es el porqué del hecho. Socialmente esto parece un tema tabú y se prefiere no indagar, pues un dogma social indiscutible es, en nuestros días, que la homosexualidad es algo normal. Pero el que algo se dé en la realidad, no hace de ello algo normal; la miopía es algo muy frecuente y, sin embargo, no es lo normal, pues el no tener defectos en la vista es lo que es normal, lo otro es excepcional o, mejor dicho, aberrante, en el sentido estricto del diccionario de la RAE. Si alguien conculca este dogma, lógicamente se tiene que atener a las consecuencias propias de contradecir una vigencia social muy fuerte. Pero seguirá en el aire el saber la causa de tener esa tendencia: ¿Es algo genético, psicógeno, endógeno, exógeno, etc.? Cuando una sociedad elude averiguar la etiología de un problema, se sitúa en la senda de enredarlo aún más.
 
Pero una cosa es tener una tendencia y otra distinta el seguirla. Lo que la Iglesia considera intrínsecamente desordenados son los actos homosexuales, pues “son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual” (C.E.C. 2357). Lo cual no es por ganas de fastidiar al personal y amargarle la fiesta, ni por intentar imponer a nadie un comportamiento, sino sencillamente porque quien encuentra algo bueno, si en verdad lo es, no puede por menos que hacer a los demás partícipes de ello.
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