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LA RESPUESTA DE DIOS AL MAL

Un drama, un chiste, un dios y Dios

Mientras celebramos las fiestas navideñas y a algunos la nieve y la imprevisión gubernamental les hacía pasar una mala noche, bastante más de cien mil muertos de un maremoto nos han llegado, aunque no sé si a lo más profundo de nosotros. Las noticias llegan una detrás de otra, se comen unas a otras y, entre tanto dato, apenas tenemos tiempo para escuchar la realidad y que nos saque del sopor en que andamos enredados y que nos va devorando la vida.

Mientras celebramos las fiestas navideñas y a algunos la nieve y la imprevisión gubernamental les hacía pasar una mala noche, bastante más de cien mil muertos de un maremoto nos han llegado, aunque no sé si a lo más profundo de nosotros. Las noticias llegan una detrás de otra, se comen unas a otras y, entre tanto dato, apenas tenemos tiempo para escuchar la realidad y que nos saque del sopor en que andamos enredados y que nos va devorando la vida.
El horror del maremoto
En un periódico, he visto un chiste de Idígoras y Pachi en el que una figura de un dios, tocada con un ocular triángulo y tumbada en un diván de psicoanalista, sostiene unas hojas en las que aparece escrita una lista: "terremoto, guerras, terrorismo, hambre, etc…" Observado por un psiquiatra, esa figura de un dios le pregunta: "¿Doctor, yo existo?" En 1755, Lisboa sufrió un terrible terremoto que zarandeó la conciencia europea e hizo tambalearse al mejor de los mundos posibles de Leibniz; la pregunta entonces también fue dirigida a un dios, a una idea de un dios, del que se dudaba, ante lo patente del mal, de su existencia.
 
Sí, he escrito un dios y no Dios, porque tanto en el chiste como en aquellos dieciochescos pensadores de lo que se trata es de eso. En la Ilustración había un dios, el dios del deísmo, no un dios de un panteón politeísta, sino un dios único pero que no llega a la mayúscula. Es un dios filosófico, fruto de la especulación y la razón, pariente cercano del primer motor inmóvil de Aristóteles, que no pasa de ser una idea, algo que ha pensado el hombre. Y el hombre deísta piensa un dios lejano de la historia y del mundo, creador sí de todas las cosas, pero desentendido de los avatares, quehaceres y preocupaciones de los hombres. Si Dios fuera así, que existiera o no existiera sería algo que en realidad lo mismo le daría al hombre; su muerte no merecería ningún funeral, ni una reseña en algún obituario.
 
En medio de la Exnavidad, en la que el nacimiento de Jesucristo tiene apenas relevancia, no es extraño que una catástrofe humana -y no humanitaria como gustaba señalar Lázaro Carreter- a quien nos ponga en cuestión sea a un dios, en el fondo, a un exdios, porque el dios del deísmo no es sino el Dios del monoteísmo cristiano vaciado de contenido; un exdios, por tanto, y un ejercicio de taxidermia el intentar justificarlo.
 
¡Qué distinto es Dios! A lo largo del Antiguo Testamento, sobre todo en sus libros más próximos en el tiempo a nosotros, aparece la preocupación por el mal. El creyente veterotestamentario tenía la experiencia de la bondad de Dios en la historia, pero también sabía del mal y, lo que es peor, de que el justo y el inocente lo sufrían. La respuesta de Dios no es una teoría que racionalmente lo pueda justificar ante el mal, la respuesta de Dios es la Navidad.
 
Dios no nos da, como promete la Exnavidad, ilusión y magia que nos anestesien del mal, aunque sea sólo durante estas fechas; la Navidad no es un analgésico. Dios se hace hombre con todas las consecuencias, es decir, Dios no quiere permanecer al margen del mundo, ni tan siquiera se conforma con intervenir en la historia a una distancia prudencial para que no le salpique, sino que se hace parte del mundo y un personaje más dentro de la historia. Jesucristo es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre y que no ha esquivado el mal, sino que lo ha arrostrado y cargado sobre sí.
 
Por ello, los cristianos ante el mal no huyen, no pasan, no se evaden, no echan la culpa a Dios, sino que lo afrontan. Saben que Dios ni se desentiende de nuestros problemas ni prescinde de nuestra libertad para solucionarlos, sino que nos posibilita para que nosotros tomemos las riendas de la historia, podrida por el mal que los hombres hemos decidido hacer, y la encaucemos mientras esperamos un cielo nuevo y una nueva tierra.
 
Mientras un maremoto intenta despertarnos, la gente frenética se agolpa en los comercios a la espera de Reyes. Los Magos de Oriente adoraron a Dios en la debilidad y pobreza de un niño.
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