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VISITA DEL PAPA A BRASIL

Un nuevo impulso, una nueva siembra

Benedicto XVI ya ha pisado la bendita tierra de América. Le esperan cinco días que pondrán a prueba su resistencia física, pero, sobre todo, su inteligencia pastoral y su capacidad para marcar un nuevo rumbo. Y es que no hay por qué desembarazarse precipitadamente de aquella hermosa expresión acuñada por Juan Pablo II, que calificaba a América como "el continente de la esperanza", pero tampoco conviene que encubra la gravedad de los desafíos que allí se le presentan a la Iglesia.

Benedicto XVI ya ha pisado la bendita tierra de América. Le esperan cinco días que pondrán a prueba su resistencia física, pero, sobre todo, su inteligencia pastoral y su capacidad para marcar un nuevo rumbo. Y es que no hay por qué desembarazarse precipitadamente de aquella hermosa expresión acuñada por Juan Pablo II, que calificaba a América como "el continente de la esperanza", pero tampoco conviene que encubra la gravedad de los desafíos que allí se le presentan a la Iglesia.
Benedicto XVI

Para recibir al Papa en su primera visita transatlántica, los blogs del progresismo eclesial se han poblado de rumores y acusaciones sobre su supuesta indiferencia hacia los católicos latinoamericanos, sobre su visión eurocéntrica y su rigidez teológica, que le habría llevado a fulminar la obra de Jon Sobrino, último faro del liberacionismo declinante. Así se construye una imagen, amigos. Lo malo es que todo eso no es más que pompa vacía, que impide centrar la atención en las verdaderas cuestiones que van a ponerse sobre el tapete en Aparecida.

Al Papa le preocupa, y mucho, lo que sucede desde el Río Grande a la Tierra de Fuego, y frente a los tópicos que le colocan en la insensibilidad respecto a los problemas latinoamericanos, un gran experto como el profesor uruguayo Alberto Methol Ferré manifestaba su certeza de que el Papa Ratzinger sabrá conectar con la mejor veta del catolicismo de aquel continente, y ayudará decisivamente a relanzarlo.

La verdad es que hace falta un nuevo impulso, más aún, una nueva siembra. Algunos observadores (el propio Methol entre ellos), detectan un cierto impasse desde la última Conferencia del CELAM en Santo Domingo, en 1992. Allí se certificó, por así decir, el declive liberacionista, forzado por la potencia de sendas Instrucciones que llevaban el sello inconfundible de Joseph Ratzinger (algunos no le perdonarán nunca este servicio), pero también por la caída del Muro de Berlín. Pero de Santo Domingo no salió un diagnóstico claro sobre las nuevas coordenadas históricas, ni tampoco un impulso novedoso para el gran desafío de la evangelización de la cultura, que había sido la ruta marcada por la Conferencia de Puebla en el lejanísimo 1978.

Santuario Nacional de Aparecida, en BrasilPor lo que se refiere al interior de la Iglesia, es cierto que se ha conseguido "poner orden", pero eso nunca es suficiente, y además los viejos problemas reaparecen ahora aunque hayan mudado de piel: ahí están las nuevas teologías indigenistas o las eco-teologías, sin olvidar que el perfume del marxismo nunca ha dejado de respirarse en algunas clerecías. A todo ello se une una conducción eclesial menos incidente, que algunos atribuyen (por ejemplo, el vaticanista Sandro Magister) a una selección de candidatos al episcopado que ha primado a las medianías, y que ha impedido liderazgos fuertes como los que se dieron en otras épocas. Sea como fuere, desde Santo Domingo hasta Aparecida, el contexto socio-cultural latinoamericano se ha vuelto notablemente más hosco para la transmisión de la fe, para la presencia pública de la Iglesia y para el sostenimiento de un tejido moral que nazca de la experiencia cristiana.

Por un lado la secularización avanza en las grandes metrópolis, y un ejemplo muy plástico lo tenemos en Ciudad de México, donde se acaba de aprobar la despenalización del aborto entre brutales presiones para amordazar a la Iglesia. Es una advertencia que debiera despertar a los episcopados de toda América Latina. Pero los ejemplos podrían multiplicarse. En la Argentina de Kirchner la lucha por el espacio público es el pan nuestro de cada día, y en Bolivia son sonoros los encontronazos con un Evo Morales al que contribuyeron a aupar algunos sectores eclesiales, por no hablar del régimen semi-totalitario de Hugo Chávez, donde las libertades de educación y de información se encuentran en gravísimo riesgo. En fin, el cuadro no es optimista, porque incluso donde han triunfado opciones moderadas como Bachelet en Chile o Lula en Brasil, los poderes políticos no han dejado de promover la ruptura con la tradición católica.

Me ahorro el elenco detallado de lacras como el narcotráfico, la violencia endémica, la debilidad del tejido familiar, el avance de las sectas pentecostales o la presión de los modelos culturales importados del norte. Brasil es un poco el espejo de toda esta complejidad, además de uno de los centros de gravedad del continente, lo que explica la elección del Papa. Benedicto XVI no llega con una varita mágica ni con un plan detallado que no le corresponde, pero sí mostrará su gran libertad y sabiduría cristianas, aplicadas a un continente que conoce profundamente. De su presencia en Brasil cabe esperar más de una sorpresa y, sobre todo, una nueva dirección y una nueva inteligencia de la situación, para que la Iglesia encarne toda su potencia vital en las circunstancias dramáticas que marcan el hoy del continente de la esperanza.

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