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MONSEÑOR SANZ

Una CONFER fiel, serena y eclesial

Con frecuencia una especie de lenguaje políticamente correcto se infiltra también en los ámbitos eclesiales. Entonces todo se envuelve en frases hechas que nada mueven, que nada inciden, que dejan todo como ya estaba. Y así ni se siembra una novedad, ni se construye un pueblo, ni se corrige el camino. Por eso resulta impactante una homilía como la de Monseñor Sanz Montes durante la reciente Asamblea de la CONFER.

Con frecuencia una especie de lenguaje políticamente correcto se infiltra también en los ámbitos eclesiales. Entonces todo se envuelve en frases hechas que nada mueven, que nada inciden, que dejan todo como ya estaba. Y así ni se siembra una novedad, ni se construye un pueblo, ni se corrige el camino. Por eso resulta impactante una homilía como la de Monseñor Sanz Montes durante la reciente Asamblea de la CONFER.

Es un hecho que la vida consagrada, en sus múltiples formas y manifestaciones, es un tesoro esencial para la Iglesia. Lo es como testimonio permanente de la meta hacia la que camina todo el pueblo cristiano; como afirmación constante, a través de la propia forma de su vida, de la única Verdad que nos hace libres frente a la seducción de los ídolos que suelen encandilar al mundo. La propia historia constata cómo la Iglesia se ha renovado a través de la irrupción de nuevas formas de vida consagrada, que han irradiado su atractivo al entero pueblo de Dios. Y en el campo educativo, de la caridad y de la misión, la presencia de estos hombres y mujeres ha sido y es vital para sostener un empeño que es de todos, pero que requiere el testimonio de quienes han elegido la virginidad, la pobreza y la obediencia, para recordar que sólo Cristo sacia el corazón del hombre.

Se comprende entonces que la Iglesia cuide con extrema delicadeza las vicisitudes de esta forma de vida y que le preocupen las vacilaciones, ambigüedades y cansancios que aquí y allá se pueden observar. El obispo más directamente encargado de acompañar y cuidar a la vida consagrada en España es Monseñor Sanz Montes, como presidente de la correspondiente comisión episcopal, y en calidad de tal se hizo presente en la Asamblea de la CONFER. Su intervención venía precedida de un entramado de declaraciones, murmullos y análisis, que coincidían en describir un ambiente bastante espeso en lo que se refiere a las relaciones entre obispos y religiosos. Incluso se difundió que Monseñor Sanz maniobraba en la sombra para configurar una estructura alternativa a la CONFER, que fuese "más dócil" a la jerarquía. Todo ello en un momento en que CONFER está embarcada en un proceso de reforma de sus estatutos. La homilía se presentaba como un auténtico siete picos.

Pero Monseñor Sanz eligió el camino del corazón abierto, de la palabra que al mismo tiempo abraza y corrige. No se escondió detrás de frases hechas que mantuvieran un falso equilibrio, sino que se atrevió a exponerse para ayudar a que la vida crezca y no sólo languidezca. Por decirlo con sus propias palabras, la Madre Iglesia que no sólo ve nacer un carisma, sino que lo sigue con gratitud, lo alienta con denuedo, lo defiende con paciencia y, cuando es necesario, no cesa de corregirlo con bondad. Era preciso recordar el diagnóstico realizado por Benedicto XVI en su discurso a los Superiores Mayores de mayo de 2006, quien por una parte reconocía que "la vida consagrada en los últimos años ha vuelto a ser comprendida con un espíritu más evangélico, más eclesial y más apostólico", pero después advertía que "no podemos ignorar que algunas opciones concretas no han ofrecido al mundo el rostro auténtico y vivificante de Cristo; de hecho, la cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados, que ven en ella una forma de acceso a la modernidad y de acercamiento al mundo contemporáneo". Según el Papa, "la consecuencia es que junto con un indudable impulso generoso, capaz de testimonio y de entrega total, la vida consagrada experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento y de la mentalidad consumista".

Hay cosas que sólo se pueden decir desde el amor, y la homilía de Mons. Sanz es toda ella un canto a lo que significa la vida religiosa, su génesis, su desarrollo y su esplendoroso testimonio. Por eso quiso señalar a los responsables de los diversos institutos allí reunidos el horizonte más grande, aquél que explica la entrega apasionada de miles de hombres y mujeres a lo largo de la historia: "la vida consagrada está llamada a ser exégesis viviente de la Palabra de Dios, es ella misma una palabra con la cual Dios sigue hablando a la Iglesia y al mundo". 

Con frecuencia los textos que circulan entre los miembros de la vida consagrada hablan de la justa necesidad de estar presentes en las fronteras o en las periferias geográficas y culturales de nuestro mundo. Es cierto que la Iglesia requiere y reclama esa presencia, para la cual han nacido tantos carismas, y es cierto que también hoy, muchos religiosos y religiosas la viven hasta el martirio. Pero también es cierto que hoy como ayer, resulta imprescindible un discernimiento sobre el cómo y el porqué de esa presencia, para que no se devalúe ni malverse una riqueza semejante. Mons. Sanz puso el dedo en la llaga al decir que "podemos estar en la intemperie de la frontera y la periferia si sabemos a qué casa pertenecemos y quién nos la habita. Porque no estamos sin más en la calle, no estamos ni siquiera con los excluidos y los pobres de todas las pobrezas, sino sabiéndonos pertenecientes al Señor y piedras vivas de su santa Iglesia". No es ésta una observación superflua o un reflejo propio del controlador, sino una ayuda indispensable para que la vida religiosa no quede empantanada.

El obispo de Jaca y de Huesca recoge aquí el gran discernimiento realizado por Benedicto XVI en Aparecida, que corre el riesgo de no ser escuchado si alguien no tiene el valor de reproponerlo en cada contexto eclesial. Y las consecuencias de no atender esa llamada de atención serán "la fuga a nuestras seguridades o la esterilidad de nuestras guerrillas". Precisamente lo contrario de cuanto han significado los grandes fundadores. Ellos no se han nutrido de complicados análisis sociológicos ni han proyectado potentes estrategias, y menos aún han recelado de la compañía materna de la Iglesia, por más que a veces resultara dolorosa su corrección. Más bien se han movido por "la sorpresa de algo no debido, de algo que no es fruto de nuestro cálculo ni pago a nuestros servicios prestados, de algo que sabe a gracia... y en lo que se cifra nuestra maravilla".

Para remate final, Don Jesús Sanz ha preferido plantar cara a las insidias y ha dejado claro que los obispos no buscan una "CONFER BIS", "sólo una CONFER fiel, serena y eclesial". Y por eso, como sucesores de los Apóstoles, compartirán los desvelos de la vida consagrada, brindarán con sus gozos y sufrirán con sus pruebas, pero no podrán dejar de decir con respeto y con verdad las cosas que parezcan erradas, ambiguas o confundidas. Absolutamente todos saldremos ganando.

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