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FELICIDAD Y DIOS

Una errata significativa

Después del paréntesis agosteño, en el que con la sequía y algunas luctuosas noticias hemos corrido riesgo de quedar agostados, volvemos de nuevo a la carga, dispuestos a ir comentando semanalmente alguna noticia relacionada con la Iglesia o hacer una lectura creyente de algún aspecto de la realidad que nos toca vivir.

Después del paréntesis agosteño, en el que con la sequía y algunas luctuosas noticias hemos corrido riesgo de quedar agostados, volvemos de nuevo a la carga, dispuestos a ir comentando semanalmente alguna noticia relacionada con la Iglesia o hacer una lectura creyente de algún aspecto de la realidad que nos toca vivir.
Monasterio de El Escorial

Hoy voy a fijarme en un pequeño detalle de esos que “indican lo que denotan”, creo que sin elevar indebidamente la anécdota a categoría. En los cursos de verano que la Universidad Complutense imparte en El Escorial (Madrid), me pidieron que para la revista de dichos cursos escribiera un artículo en el que expusiera lo central del titulado Una mirada a la gracia. En la parte nuclear del mismo escribía: “El hombre, tanto varón como mujer, para ser feliz [no] necesita ser divino y, aunque Dios no esté obligado a otorgárnoslo, nos lo brinda gratis”. La anécdota es el adverbio que he puesto entre corchetes, que evidentemente yo no escribí, pero que en la redacción incluyeron y que, como salta a la vista, cambia por completo el significado, no sólo de la frase, sino del artículo entero y aún del curso, pues si alguien se quiso enterar de lo que en él estuvimos tratando, saldría con una idea no muy ajustada a lo que la realidad y riqueza de aquellos días fueron. ¿Por qué se coló el minúsculo monosílabo? En crítica textual, no es infrecuente encontrar variantes en los manuscritos en las que el amanuense añade algo para aclarar el sentido del texto que está copiando y, como todo texto es para ser leído por muchos, quien copia aclara no desde su propia incomprensión, sino desde la visión de su época que se ha hecho miope para captar el mensaje original; creo que éste es el caso.

¿Qué es lo que la anécdota nos está diciendo sobre lo que nuestro tiempo no es capaz de entender ni siquiera en un ámbito universitario? La frase original nos presenta una cierta paradoja: por un lado, la necesidad que el hombre tiene de la divinización para poder ser feliz, por otro lado, el hecho de que no puede lograrlo por sí mismo y que quien se lo puede conceder, que no es otro que Dios, no está obligado a ello, pero nos lo concede, eso sí, de manera gratuita. La errata ha ido a caer en el primer miembro del binomio, aparte por la facilidad en hacer ahí la corrección, porque no se entiende que necesitemos ser más de lo que por naturaleza somos para poder ser en plenitud. Y entonces lo que se viene a decir es que lo de la divinización es algo completamente accesorio, eso sí, un complemento muy hermoso, seguramente incomparable, pero, a fin de cuentas, un postizo que pertenece a la misma categoría que las hombreras, que, si se llevan, bien, pero que, si no, no pasa nada.

Vivimos en un mundo crecientemente secularizado y solemos poner el acento de este hecho en la vertiente divina, pero no solemos tener en cuenta lo referente al hombre, con lo importante que esto es, porque Dios no es un globo que se le haya escapado al hombre de las manos y volando haya ido a perderse entre las lejanas nubes, por el contrario, Dios es algo tan íntimo al hombre, que nuestra suerte está encadenada a la suya. Nuestro adverbio intruso nos está diciendo que en nuestro tiempo el hombre entiende que la felicidad es algo que no tiene que ver directamente con Dios, es algo que depende únicamente de nosotros y que no va más allá de lo que nosotros podemos, que el fin del hombre depende únicamente de su elección, que lo que él decide para sí ser la felicidad eso será, dependiendo, claro está, de lo que su esfuerzo pueda alcanzar y de lo que las circunstancias del azar le posibiliten. Es curioso cómo una visión tan sumamente irreal y a la par tan pretenciosa haya calado tan hondo en la mentalidad imperante. Seguramente porque no podemos prescindir de Dios es por lo que entonces nos constituimos a nosotros en dioses que se dan omnipotentemente a sí mismos su finalidad. Lo malo es que somos unos dioses que ni estamos divinizados ni somos inmortales en un mundo que no es precisamente el Olimpo. Si la felicidad es algo solamente mundano y dependiente de mis fuerzas, la felicidad tendría fecha de caducidad y el mundo sería espacio de lucha en el que, ausente la gratuidad, porque lo realmente gratuito es lo que trasciende de la necesidad de este mundo, el único dios protector sería el Estado.
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