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CAMPAÑA ANUAL DE MANOS UNIDAS

Una fe que construye

Manos Unidas acaba de presentar su campaña anual, centrada esta vez en la educación como factor clave para el desarrollo. Contemplando la trayectoria de 47 años de trabajo de esta organización, comprendemos qué lejos estamos aquí de cualquier "buenismo" fácil y de tantos tópicos al uso en el mundo de la cooperación.

Manos Unidas acaba de presentar su campaña anual, centrada esta vez en la educación como factor clave para el desarrollo. Contemplando la trayectoria de 47 años de trabajo de esta organización, comprendemos qué lejos estamos aquí de cualquier "buenismo" fácil y de tantos tópicos al uso en el mundo de la cooperación.
Cartel de la campaña de 2007 de Manos Unidas

La cosa empezó en el ya lejano 1960 de la mano de un grupo de mujeres de Acción Católica, y es que, como le oí decir una vez a un Secretario de Estado de Cooperación, ha sido la Iglesia católica la que inventó eso de la Cooperación Internacional, de la que hoy tanto se habla.

Aquellas mujeres iniciaron esta historia con muy pocos recursos y escasos instrumentos de análisis. Tenían, eso sí, la potencia de su fe, que les hacía sentir como propias las necesidades de todos, y la riqueza de su pertenencia eclesial, que les permitía saberse acompañadas por la Iglesia en esa desproporcionada aventura. No se equivocaron. Cuarenta y siete años después, Manos Unidas desarrolla más de ochocientos proyectos anuales de cooperación en sesenta países, manejando con extraordinaria eficacia, austeridad y transparencia, un volumen de fondos que supera los 56 millones de euros, de los que un 82% proceden de manos privadas, esas manos que deciden unirse cada año para acrecer el caudal de ese río de caridad que fluye sin descanso desde aquellos inicios de la que entonces se denominaba Campaña contra el Hambre.

Claro que después ese concepto se ha ido ampliando, siempre al paso de la propia Doctrina Social de la Iglesia que ha nutrido a los cuadros y voluntarios de la organización, desde la Mater et Magistra de Juan XXIII, hasta la Deus Caritas Est de Benedicto XVI. Fue Pablo VI quien escribió en Populorum Progressio que "el hambre de cultura no es menos deprimente que el hambre de alimentos", y Manos Unidas comprendió muy pronto que su trabajo al servicio de los más pobres del mundo no podía ceñirse al suministro de alimentos, sino que debía contemplar el conjunto de factores que conducen al subdesarrollo. Por eso las sucesivas campañas de esta ONG católica han puesto ante nuestros ojos el flagelo del hambre, que mata cada año a millones de hombres, mujeres y niños, pero también nos ha recordado que existe un hambre de libertad y un hambre de sentido para la propia vida.

Manos Unidas ha puesto este año el énfasis en la educaciónEl desarrollo es imposible cuando no existe un sujeto personal y social en condiciones de hacerse protagonista de su propio destino, y por tanto no puede gobernar sus recursos y trazar un camino viable que implique la mejora de las condiciones de vida de la gente. En este puzzle la educación es una verdadera pieza clave, y por eso ya en 2005 el 34% de los proyectos financiados por Manos Unidas tenían una finalidad explícitamente educativa, sin olvidar que otros muchos proyectos de capacitación agrícola, de sanidad o de promoción de la mujer implican siempre una fuerte dimensión educativa.

Uno de los frutos más espléndidos de este trabajo de años, es el florecimiento de personalidades humanas capaces de arriesgar y construir, y el renacer de comunidades humanas donde las personas son acompañadas y acogidas para afrontar con esperanza sus difíciles circunstancias. Lo he visto, por ejemplo, en la India, donde comenzó la campaña con la construcción de pozos, pasando por Haití con los trabajadores de la caña de azúcar, Madagascar con la impresionante reconversión de un terrible vertedero, y ahora Senegal, con un Centro de Promoción Agrícola y Social enclavado en una comarca castigada por años de guerra que la habían convertido en tierra quemada. En todos estos casos, hay un itinerario que puede seguirse, desde la expresión de una necesidad hasta la construcción de una obra cuya alma no es otra que la caridad.

En efecto, para comprender esta historia que ya tiene solera y madurez acreditadas, es preciso incluir en la fórmula a la Iglesia que vive en España. Podremos decir mucho sobre sus deficiencias y lagunas, pero es un hecho que sin la generosidad espiritual, moral y económica de las comunidades cristianas españolas, el fenómeno Manos Unidas sería incomprensible. Son ellas las que aportan los voluntarios, las que transmiten la vibración de estas campañas, las que traducen en impulso educativo sus contenidos y las que incrementan cada año los fondos disponibles para dar carne y sangre a esta historia. Y es que Manos Unidas es un eslabón más en la larga cadena de la caridad que atraviesa la historia como signo de una novedad humana incontestable, esa novedad que introdujo en el mundo Jesucristo y que hoy sigue presente en su Iglesia.

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