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BEATIFICACIÓN DE 498 MÁRTIRES DE LA GUERRA

Una fe vivida al aire libre

Un aire de alegría serena, un poso de profunda religiosidad y un ánimo decidido cara al futuro, han rodeado a la ceremonia de Beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa que tuvo lugar en España durante los años 30 del pasado siglo XX. Como dijo el cardenal Bertone, ellos nos ayudan en la hora presente a "no dejarnos vencer por el desaliento o la confusión, evitando la inercia o el lamento estéril".

Un aire de alegría serena, un poso de profunda religiosidad y un ánimo decidido cara al futuro, han rodeado a la ceremonia de Beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa que tuvo lugar en España durante los años 30 del pasado siglo XX. Como dijo el cardenal Bertone, ellos nos ayudan en la hora presente a "no dejarnos vencer por el desaliento o la confusión, evitando la inercia o el lamento estéril".
El logotipo de la celebración acompañado de las fotos de los mártires

Las palabras de Benedicto XVI durante el rezo del ángelus han anclado la celebración del pasado domingo en la profundidad de la vida eclesial, superando los límites geográficos e históricos que lógicamente acompañan a cada uno de los beatificados. En primer lugar, el Papa advirtió que "el supremo testimonio de la sangre no es una excepción reservada a sólo a algunos individuos, sino una posibilidad realista para todo el pueblo cristiano".

Después, el Papa explicó que es el Bautismo (por tanto está en la raíz de cualquier vida cristiana) el que nos compromete a participar con valentía en la difusión del Reino de Dios, cooperando si es necesario con el sacrificio de la propia vida. Y por último señaló "el martirio de la vida ordinaria", como un testimonio especialmente necesario en la sociedad secularizada de nuestro tiempo. Se trata de la pacífica batalla del amor, que todo cristiano debe librar incansablemente con el fin de difundir el Evangelio en el mundo.

Los nuevos beatos nos indican cuál es la respuesta necesaria para un mundo que se aleja de Dios y que incluso en algunos momentos lo rechaza con violencia. Una respuesta que pone todas sus energías en el testimonio, es decir, en la propuesta de la experiencia personal de fe, ofrecida a la libertad de los demás. Esta es la dinámica propia de la Iglesia para afrontar el fenómeno de la secularización, lejos, como ha dicho el cardenal Bertone, de la inercia o el lamento estéril. Por eso esta ceremonia, que nace del mandato de "hacer memoria", que la Iglesia escucha permanentemente de su Señor, está por su propia naturaleza orientada al futuro.

Ceremonia de Beatificación de 498 mártiresLa Iglesia en España no siente añoranza de otras coordenadas históricas, ni aspira a imponer hegemonía cultural alguna, ni busca la protección (siempre resbaladiza y ambigua) de ningún poder mundano para desarrollar su misión. Precisamente los mártires le enseñan a proponer la fe a pecho descubierto, incluso en circunstancias terribles, con el único apoyo de la verdad y la belleza humanas que nacen de esa misma fe, acogida y vivida en el hogar de la Iglesia. En realidad, esta Beatificación que algunos medios han tratado arteramente de revestir de nostalgia y resentimiento puede y debe ser un foco de luz que despeje de telarañas y fantasmas la figura de la Iglesia, y que ayude a distinguir las voces de los ecos en lo tocante a su palabra en una sociedad plural.

Los mártires no despiertan la nostalgia (siempre amarga, siempre estéril) de una "España católica" que pudo ser (pero cuánta ambigüedad en esta formulación) y ya no es, sino el ímpetu de la fe vivida al aire libre, que no teme el contraste franco y amigable con cada experiencia humana, con sus angustias y fracasos, también con sus hallazgos y proyectos. En realidad la figura de los mártires, lejos de ser una amenaza para nadie, es una garantía para la libertad de todos, porque con su testimonio manifiestan el límite intrínseco a todo poder mundano: que no puede pretender dominar las conciencias, ni definir el significado de la vida, ni negar la dignidad que cada persona tiene como imagen de Dios.

Precisamente éste es el fundamento de una laicidad positiva y abierta, cuyo horizonte podemos compartir los católicos con todos los hombres de buena voluntad. Como acaba de afirmar un ateo especialmente lúcido, el filósofo Gustavo Bueno, la Iglesia se ha constituido desde sus orígenes como un reducto de libertad frente a la pretensión totalitaria del poder, "un reducto de libertad al que pueden acogerse incluso los ateos".

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