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MATRIMONIO HOMOSEXUAL

Una irresponsabilidad coherente

La decisión de Zapatero de conceder el nombre de “matrimonio” a la unión de parejas homosexuales no me produce alegría, tampoco genera un ápice de desanimo. Y vaya por delante mi respeto a los hombres y mujeres que se declaran homosexuales. He conocido y conozco a algunos; obvia decir que son personas como las demás que descubren la propia sexualidad para ser vivida con la pareja del mismo sexo. Últimamente, algunos de ellos hacen unos comentarios que me dejan asombrado: “Estoy harto de la secta gay; estoy hasta las narices de la demagogia; no acepto la presión constante que ejercen sobre la inmensa mayoría de la sociedad; así no se consigue normalizar nuestra convivencia”.

La decisión de Zapatero de conceder el nombre de “matrimonio” a la unión de parejas homosexuales no me produce alegría, tampoco genera un ápice de desanimo. Y vaya por delante mi respeto a los hombres y mujeres que se declaran homosexuales. He conocido y conozco a algunos; obvia decir que son personas como las demás que descubren la propia sexualidad para ser vivida con la pareja del mismo sexo. Últimamente, algunos de ellos hacen unos comentarios que me dejan asombrado: “Estoy harto de la secta gay; estoy hasta las narices de la demagogia; no acepto la presión constante que ejercen sobre la inmensa mayoría de la sociedad; así no se consigue normalizar nuestra convivencia”.
Boda homosexual
Pero, ¿qué hay de aberrante y cuántos valores de nuestra cultura se ponen en peligro? Si lo que los homosexuales persiguen es el puro utilitarismo derivado del reconocimiento de la institución del matrimonio, el propio Consejo de Estado dictaminó que ese objetivo podía alcanzarse equiparando los efectos del matrimonio a las uniones de las parejas homosexuales, sin quebrantar la convivencia, el bien común y los derechos de los demás.
 
Zapatero no lo ve así, él es coherente y progresista: su pedestal de poder está levantado sobre una estructura de destrucción y muerte, el 11M, y está por el enfrentamiento y por la ruptura con los valores de nuestras raíces judeocristianas y con instituciones milenarias y universales; valores e instituciones que guardan una perfecta armonía con la sabiduría humana, con el orden de nuestra naturaleza y con la dignidad de toda persona. En Valencia, ZP dijo que los que no pensamos como él discriminamos a los homosexuales y les convertimos en ciudadanos de segunda. Podría pensar que se le calentó la boca ante los suyos enfervorizados, pero no es así. Zapatero no dice la verdad y aprovecha este asunto para agredir los sentimientos y las libertades de muchos millones de españoles.
 
Si, según el Diccionario de la RAE, “matrimonio” es la unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales; si “cónyuge” es el consorte, marido y mujer respectivamente; y si “progenitor” es el pariente en línea recta ascendente de una persona, el padre y la madre… el matrimonio gay de Zapatero es una aberración institucional, un fraude lingüístico, una afrenta a la sociedad, una mentira antropológica, una farsa cultural, un apaño político, una irresponsabilidad jurídica y todo lo que queramos. Antes esta gente decía que el matrimonio era “machista” y “anacrónico”, que lo progre era la unión libre, nada de papeles ni de contratos de esclavitud, etc. ¡Las cosas que hemos escuchado en otros tiempos! Ahora, se someten gozosos al anacronismo del matrimonio para obtener tratamiento ventajoso en leyes tan importantes como la del Impuesto sobre la Renta y la de Sucesiones.
 
Como decía al principio, estas cosas no pueden inducirnos a la alegría y a proclamar la supuesta igualdad de todos. Tampoco nos desanimamos. No vale la pena pelearse por el uso de una palabra, sino por lo mucho que está en juego y que no tiene nada que ver con esta frivolidad zapateril revestida de ropaje jurídico.
 
El matrimonio por el que apostamos es un bien común para la persona, la familia, la sociedad y la nación, y es una irresponsabilidad tomarlo a la ligera. Reúno algunos datos y reflexiones al respecto. El año 1994 fue, por decisión de las Naciones Unidas, el Año Internacional de la Familia; esto ponía de manifiesto que la familia es una cuestión fundamental para los Estados miembros de la ONU. Con este motivo Juan Pablo II dirigió una Carta a las Familias. Con anterioridad, como resultado del Sínodo de la familia, en 1981 escribió la Exhortación Apostólica Familiares consortio en la cual se reconoce que, en todos los tiempos, naciones y culturas, la familia es siempre el santuario de la vida; y en 1983, la Santa Sede publicó y ofreció a las Naciones Unidas la Carta de los Derechos de la Familia, íntimamente relacionados con los derechos del hombre.
 
Dada la brevedad obligada de estos artículos, aconsejo a que lean el n. 17 de la Carta a las Familias bajo el epígrafe “la familia y la sociedad”. La familia es la célula social más pequeña y la institución fundamental para la vida de toda sociedad; tiene por base el matrimonio, la unión libremente aceptada del varón y la mujer, ordenado por su misma naturaleza a satisfacer tres finalidades: buscar el bien de los cónyuges y afianzarles en su donación amorosa; hacer fecundo su amor en la familia y en la sociedad a través de la generación y la educación de los hijos. “¡Ninguna sociedad humana puede correr el riesgo del permisivismo en cuestiones de fondo relacionadas con la esencia del matrimonio y de la familia!”
 
Juan Souto Coelho es miembro del Instituto Social “León XIII”.
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