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TÚ ERES PEDRO

Una jornada histórica en Colonia

Las dudas, para quien las tuviere, se han disipado. Benedicto XVI sabe y puede mantener un diálogo con el pueblo, más aún, con esa fracción del pueblo cristiano más inquieta y vivaz que constituyen los jóvenes. Sin concesiones a la galería, sin ademanes forzados, sin intentar parecerse a quien era distinto, el Papa Ratzinger ha guiado a la multitud con la única sabiduría que no fracasa, la que se nutre en el Evangelio y crece en el surco milenario de la Iglesia.

Las dudas, para quien las tuviere, se han disipado. Benedicto XVI sabe y puede mantener un diálogo con el pueblo, más aún, con esa fracción del pueblo cristiano más inquieta y vivaz que constituyen los jóvenes. Sin concesiones a la galería, sin ademanes forzados, sin intentar parecerse a quien era distinto, el Papa Ratzinger ha guiado a la multitud con la única sabiduría que no fracasa, la que se nutre en el Evangelio y crece en el surco milenario de la Iglesia.
Benedicto XVI en Colonia

La ha guiado tomando en serio la búsqueda del corazón humano, que la fe no apaga, sino que proyecta hacia al Infinito. Y así ha querido hacerse compañero de la búsqueda de los jóvenes, haciéndoles ver que como creyentes, “al mismo tiempo buscamos y encontramos”. El Papa que ha confesado la fe ante un millón de jóvenes, no ha querido establecer una separación artificial entre la certeza de la fe y la inquietud del que busca, ya que la primera sale al encuentro de la segunda, y no la extingue sino que la impulsa a avanzar siempre en pos de nuevos descubrimientos. ¡Genial pedagogía cristiana!

A esta generación de los microchips, del plástico y del neón, marcada por una profunda debilidad de conciencia y cautivada por tantos brillos efímeros, el Sucesor de San Pedro le ha presentado sin ambages el fracaso de las ideologías totalitarias, pero también la amarga trampa del nihilismo blando e indoloro de tantos intelectuales de esta hora. Y frente a estos engaños, ha desplegado la estela luminosa de los santos, hombres y mujeres que nos han indicado la vía para ser felices, los “verdaderos reformadores”, de quienes proviene el cambio decisivo del mundo. Frente a la tentación de una religión a la carta, de un Dios construido a imagen y semejanza de nuestras pretensiones y caprichos, que a la hora de la verdad nos deja solos con nuestra impotencia, el Papa propuso a los jóvenes un lugar donde hacer experiencia del Dios de Jesucristo: la gran comunidad que se llama Iglesia, amasada con la humanidad débil y pecadora de cada uno de sus miembros, pero siempre regenerada por la presencia del Dios viviente.

En la explanada de Marienfield, la propuesta del Papa se dibuja suavemente pero con trazos firmes, naciendo del propio origen de la fe cristiana, conectando con la búsqueda ardiente de los Magos, icono de lo mejor del hombre contemporáneo. Esta Iglesia que es espacio de comunión, hogar de verdadera vida, requiere la luz de la Sagrada Escritura, la guía paternal de apóstoles, el testimonio de los santos, y el alimento de la Eucaristía. De ahí nacerán ojos nuevos para contemplar el mundo, y una disponibilidad infatigable para responder a las necesidades de los pobres y los abandonados.

Uno de los asistentes a la jornada Tiempo y espacio habrá para estudiar atentamente otras intervenciones de hondo calado de Benedicto XVI durante sus estancia en Colonia, como la pronunciada en la Sinagoga (de conmovedora profundidad religiosa) o la dirigida a las comunidades musulmanas (de singular importancia en este momento histórico). Para terminar querría solamente aludir al precioso discurso que dirigió a los obispos alemanes, un prodigio de paternidad inteligente y delicada, que comprende el fondo de los problemas y sabe que no existen fórmulas mágicas para resolverlos. En él encontramos una aguda advertencia sobre “el afán obsesivo por lo juvenil”, que no tiene nada que ver con la auténtica juventud que proviene de la transparencia de Cristo en su Iglesia; y junto a esto un reclamo a educar en la paciencia, en el discernimiento, en el realismo pero sin falsas componendas, para no diluir el Evangelio. El Papa les ha pedido a sus hermanos que guíen una Iglesia cada vez más misionera, que tengan el coraje de acompañar la curiosidad y el deseo de las gentes, para presentarles “el Misterio mismo en su belleza y grandeza”, enseñándoles con paciencia a reconocerlo y amarlo.
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