Los autores del libro entienden a los dos artistas escandinavos objetos de estudio extremadamente afectados por la forma protestante de ver el mundo. Si Dreyer construye su obra como una crítica profunda de la concepción de la fe como una mera moral puritana, Bergman se muestra incapaz de conciliar a Dios con la existencia del mal en el mundo. Buñuel, abandonada la fe, se sublevó sin embargo contra el racionalismo ateo e intentó aproximarse al misterio. Roselini fue capaz de hacer cine cristiano siendo ateo, y cine social sin ser de izquierdas; su herencia católica se expresa en su insistencia por mostrar la realidad, por buscar al hombre tal cual es. Por su parte, Pasolini parece haber encontrado en un pueblo atado a la tierra y cada vez más inexistente como objeto de sus sentimientos religiosos.
Los cineastas estadounidenses, ya sea de nacimiento o adopción, muestran una visión del mundo más optimista. Charles Chaplin, pese a su creciente desencanto ante la vida, siempre le oponía la fuerza de voluntad; hay que seguir adelante, cueste lo que cueste. No digamos Frank Capra, quizá el director "oficial" del sueño americano. Elia Kazan mostró, tras unos comienzos de cine más ideológico, un interés permanente en el hombre, centrándolo en la búsqueda de su identidad sin dejar de mostrar el misterio que esconde la realidad. El cine de psicoanálisis de Woody Allen, de búsqueda del yo, de descripción del laberinto que forman sentimientos y relaciones personales, mantiene también el asombro ante la vida.
Sin embargo, y por motivos que reconozco puramente personales, me detendré un poco más en John Ford, otro autor de herencia católica. De él los autores destacan su voluntad de comprensión de los personajes, nacido del pasaje de la mujer adúltera narrado en el Evangelio de San Juan, que de hecho es citado en dos de sus películas. No obstante esto, que también está presente en Kazan, se sustenta en un estilo único, de encuadre generalmente fijo, que muestra sin embargo toda una historia fuera de él, tanto de los personajes como del país. Quizá el ejemplo clásico sea la escena en que el personaje de John Wayne se despide de la mujer de su hermano ante la presencia muda de Ward Bond en Centauros del desierto. El optimismo de las películas de Ford se resumiría en que, para él, "el fin de la historia tenía que ver con mantener vivos valores como reconciliación, convivencia, paz, diálogo y tolerancia". Un gran narrador y un gran poeta.
La principal virtud y el principal defecto de este libro son precisamente su intención y su enfoque. Pese a resultar muy interesante el análisis antropológico de diez de los autores más importantes y representativos del cine desde un punto de vista humanista, cristiano y católico, no estoy seguro de que el público interesado en algo así sea demasiado extenso. Muchos preferirán un libro que trate más aspectos de los cineastas estudiados, por ejemplo. Los lectores que gusten de las críticas de Juan Orellana, y disfruten viendo los clásicos de los autores estudiados, será difícil que no lo encuentren aprovechable. Los demás se lo pierden.