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TRES VIAJES ANUALES

Viajar también es gobernar

Pues sí viaja, y cada uno de sus viajes tiene un peso considerable en la conducción práctica de la Iglesia, en la imagen doctrinal y pastoral que Benedicto XVI quiere imprimir a su pontificado. Se mantiene el ritmo de tres viajes al año: estratégicos, densos, bien pensados. Ya tiene hechas las maletas para Camerún y Angola, y el domingo en el Ángelus no podía disimular la alegría al anunciar la ansiada peregrinación a Tierra Santa.

Pues sí viaja, y cada uno de sus viajes tiene un peso considerable en la conducción práctica de la Iglesia, en la imagen doctrinal y pastoral que Benedicto XVI quiere imprimir a su pontificado. Se mantiene el ritmo de tres viajes al año: estratégicos, densos, bien pensados. Ya tiene hechas las maletas para Camerún y Angola, y el domingo en el Ángelus no podía disimular la alegría al anunciar la ansiada peregrinación a Tierra Santa.

Después del verano llegará Praga, una vez que renunciara a visitar Berlín por el momento, para impedir que su presencia fuese instrumentalizada en un año electoral.

En más de una ocasión Benedicto XVI ha confesado su preferencia por el continente africano. En la juventud y pujanza de su fe, el Papa reconoce una gran esperanza para la Iglesia, esperanza que puede proyectarse sobre otros continentes en los que la tradición cristiana corre el riesgo de cristalizarse. Eso no significa que ceda espacio a la ingenuidad. El Papa Ratzinger nunca aceptará una forma ideológica de inculturación como persiguen algunas versiones africanas del liberacionismo; por otra parte sabe que en más de una ocasión se ha banalizado la misión de la Iglesia, reduciéndola a mero compromiso social. El tema litúrgico también merece un discernimiento atento en África, y lo mismo sucede con la pastoral matrimonial. Todo eso lo conoce al dedillo el Papa, pero no ensombrece el dato fundamental de su confianza en la fe sencilla y llena de implicaciones sociales de las comunidades cristianas, ni su reconocimiento del testimonio martirial en tantas situaciones terribles, que es una semilla de reconciliación y de unidad en un continente desgarrado.

En Camerún el Papa entregará a los obispos el Instrumentum laboris, el documento base para los trabajos del próximo Sínodo sobre África dedicado al servicio de la reconciliación, de la justicia y la paz. Allí hablará también de diálogo interreligioso, en un país relativamente pacífico, con un 25% de católicos, pero circundado de conflictos como los que han enfrentado de manera sangrienta a musulmanes, animistas y cristianos en la vecina Nigeria. Y es que un vistazo a la geografía africana de las guerras, germinadas por insidias tribales o inducidas por la codicia de las grandes potencias, produce mareo. El Papa no llevará recetas geoestratégicas pero anunciará el Evangelio que es buena noticia para los pobres, que genera familia y comunidad allí donde es acogido, que siembra la civilización de una caridad sin fronteras. Es algo que será especialmente visible en la etapa de Angola, donde la Iglesia ha sido el cimiento de la reconciliación tras una prolongada guerra civil de matices ideológicos, además de ser casi la única realidad social operativa. La presencia y la palabra del Papa darán ánimo al liderazgo de los obispos y proporcionará valor para el actuar cotidiano de la fe de millones de hombres y mujeres. Y conociendo a Benedicto XVI no pensemos que hablará sólo para problemas específicamente africanos, sino que su mensaje se engarzará en una cadena destinada a marcar el camino de la Iglesia entera en estos años.

En cuanto a Tierra Santa, Benedicto XVI ya ha explicado que quiere ir porque "allí se encuentran las raíces de nuestra fe... y desde los primeros días del cristianismo, nuestra identidad y cada uno de los aspectos de nuestra vida y de nuestro culto están íntimamente vinculados a la antigua religión de nuestros padres en la fe". No se podía decir de un modo más hermoso el vínculo intrínseco que liga a cristianos y judíos hasta el final de los tiempos. El teólogo Ratzinger, el Papa Benedicto, autor del libro Jesús de Nazaret, tiene razones para amar especialmente esa tierra santa para judíos, musulmanes y cristianos. Han sido muchos los obstáculos de dentro y de fuera que ha debido sortear la mansa y clarividente fortaleza de este Papa para que acabemos viéndole en los lugares que pisó Jesús: la guerra en Gaza, las polémicas en torno a Pío XII, la oración del Viernes Santo en la antigua liturgia de San Pío V, las injustas acusaciones nacidas del affaire Williamson...

Muchos aconsejaban al Papa dejar enfriar el asunto, esperar al otoño o quién sabe si más. Pero él ha preferido ir, quiere desplegar allí una parte esencial de su magisterio (recordemos, además de su libro, las intervenciones y subrayados en el reciente Sínodo sobre la Palabra), desea proseguir el diálogo iniciado con los musulmanes en Ratisbona, y clarificar y profundizar el camino común de judíos y cristianos, siempre entrelazado de rosas y de espinas. No todo será calidez en la recepción, ¿por qué engañarnos? El campo está sembrado de minas por el conflicto emponzoñado entre palestinos e israelíes: los primeros confían en la posición tradicional de la diplomacia pontificia, que ha defendido siempre sus derechos; los segundos han acumulado recelos infundados y no terminan de superar sus prejuicios. El custodio franciscano de Tierra Santa, P. Pizzaballa, ha reconocido que el Papa va a entrar en una cristalería muy delicada, pero está seguro de que con su personalidad y su capacidad de comunicación, sabrá superar estos obstáculos

Objetivo prioritario de la visita de Benedicto XVI será la pequeña comunidad cristiana, formada en su inmensa mayoría por población árabe aunque existe también una pequeña porción de raíz hebrea. Es una comunidad asediada por graves problemas, pero marcada por una vocación de valor universal para toda la Iglesia. El mismo P. Pizzaballa augura que la visita será una fuente de estímulo que ayudará a los cristianos a volar más alto, a superar una mirada demasiado centrada en los propios problemas, a retomar la conciencia del valor único que tiene su presencia en el lugar donde comenzó todo. Son las cosas que Benedicto XVI lleva ya en su mente y en su corazón, mientras se apresta a un nuevo tour de force a sus ochenta y un años largos.     

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